El destino del patrimonio jesuítico de Misiones

Viernes 18 de octubre de 2019
Por Alfredo Poenitz

Por Alfredo Poenitz Historiador

Es sabido que en donde hoy se alza la provincia de Misiones existieron 11 de los 30 pueblos jesuíticos. Y ya se ha hablado también en estas páginas del valiosísimo caudal del arte escultórico que nacía en los talleres de cada uno de estos pueblos. Miles de imágenes religiosas de madera noble fueron construidas por los santo-apohára (constructores de santos) y la sobrevivencia de gran parte de este patrimonio, fundamentalmente por la devoción popular de la que son objeto, ha permitido ser valorada y analizada por prominentes historiadores del arte. Bellísimas imágenes podemos admirar a lo largo de gran parte del Litoral rioplatense en museos públicos y privados e incluso en muchos hogares particulares. La pregunta que inmediatamente surge es ¿qué ocurrió con las imágenes que fueron construidas en los once pueblos de la actual provincia de Misiones? No las vemos ni en museos, ni en templos, ni en casas particulares (salvo contadísimos casos).
En anteriores artículos escribíamos que en el medio de las guerras artiguistas los pobladores, especialmente mujeres, niños y ancianos se trasladaban con sólo las imágenes a cuestas, como elementos fundamentales de preservación de sus valores culturales y religiosos. Las imágenes les daban cohesión como grupo en momentos tan difíciles.
En 1817 los pueblos del departamento de Candelaria fueron destruidos e incendiados por orden de Rodríguez de Francia y las familias de esos pueblos fueron conducidas a territorio paraguayo. Con ellas también marcharon los íconos de las iglesias, así corno sus campanas y otros elementos del culto. Hoy ese patrimonio se preserva en importantes museos de Asunción, y en antiguos pueblos jesuíticos como San Ignacio guazú, Santa Rosa, Trinidad y otros. En esa invasión paraguaya algunas familias lograron salvarse refugiándose en la selva con sólo las imágenes rescatadas antes de los ataques. Esas familias misioneras fundaron algunos años después los pueblos de San Miguel y Loreto, en Corrientes. Un riquísimo patrimonio artístico de estas imágenes se conserva, especialmente en oratorios particulares en esos pueblos aún hoy. Otras imágenes de los pueblos misioneros podemos ver también en los pueblos cercanos, como Caá Catí, Concepción, Mburucuyá y muchos parajes cercanos. Incluso en la capital correntina podemos apreciar obras valiosísimas de los talleres jesuíticos, como el Cristo Yacente en la Catedral. 
Los Siete pueblos orientales, aquellos fundados al otro lado del Uruguay, en actual territorio riograndense terminaron abandonando sus tierras para seguir al caudillo oriental Fructuoso Rivera en 1828, en el fin de la Guerra con el Brasil. Esos remanentes fundarán ese año el pueblo de Santa Rosa de la Bella Unión, de vida efímera, pues una nueva anarquía en 1832 llevó a dispersarse a sus pobladores por la campaña oriental, entrerriana y correntina.
Pero Rivera no condujo sólo indios. Junto con las familias del éxodo viajaban sus imágenes, sus campanas, sus símbolos religiosos salvados de la depredación de las décadas anteriores. El padre Joao Pedro Gay, cura de San Borja en la década de 1860, narra que fueron más de sesenta carretas con estatuas de santos con ornamentos y campanas de Iglesia que marcharon junto con Rivera
 Donde fueran las familias guaraníes, allá marchaban sus imágenes. Las encontramos por eso en Entre Ríos, en Uruguay, en Corrientes, en Paraguay, en Buenos Aires, en todo el sur brasileño.  
Hacia fines del siglo XIX, es decir en la época del Territorio Nacional de Misiones existían aquí muchas y variadas imágenes conservadas por la devoción popular a pesar de los tantos años de absoluta desolación de esta región. De ellas tenemos una clara documentación que informa su destino. 
Adolfo de Bourgoing, delegado por el Director y organizador del Museo de La Plata, el Perito Francisco Moreno, para rescatar para ese museo testimonios de la época jesuítica pervivientes en la región de Misiones y el Paraguay, dejó sus Memorias que narran con exhaustivos detalles el despojo de este patrimonio misionero.
En la nota de justificación del viaje de De Bourgoing a Misiones y Paraguay, el Perito Moreno indica que “las colecciones argentinas que posee el museo, si bien son muy valiosas, se refieren principalmente a las provincias andinas y regiones australes, siendo poco numerosas las del litoral paranaense...abundan en Misiones, en las ruinas de sus pueblos, interesantes vestigios muy pocos estudiados bajo el punto de vista artístico....necesitamos la conservación de los muchos restos transportables que aún quedan, estatuas de madera y piedra, trozos arquitectónicos, altares y piedras sepulcrales.......haría alto honor al museo de La Plata, que salvaría de una pérdida segura una forma de arte muy digna de ser conocida.....”
Comenzó De Bourgoing su “exploración” por las ruinas de Trinidad, en el Paraguay, donde no le fue difícil convencer al delegado policial de ese lugar, don Buenaventura Flecha, ambicioso personaje que permitió la venta de ese riquísimo patrimonio artístico. 
En Apóstoles debió sortear una sublevación del pueblo que se negaban a permitir que sus reliquias, fragmentos de los principales edificios y algunas imponentes estatuas de piedras, fueran retiradas de allí. La intervención del Comisario de Concepción evitó que el conflicto pasara a mayores. Pero es bastante dramática la exposición que De Bourgoing realiza sobre la despedida de los restos por parte del pueblo.
“Algunos se mostraban llorosos y desesperados, creyendo que les llevaríamos todos sus queridos santos....¡Adiós promesas!....¡Adiós milagros! Exclamaban e iban a arrodillarse por última vez ante aquellos objetos de su veneración....santos, en fin, decapitados, mancos, cojos, tuertos o sin narices....”
Finaliza su travesía en Misiones con una descripción sobre los avatares del traslado de aquellos objetos. Dice en el final,
“El espectáculo que ofrecía la caravana, en doble hilera de individuos, cargados con bultos y estatuas de tan vivos colores, cruzando aquellos solitarios pantanos y pajonales era algo que causaba un efecto indefinible, en fuerza de la originalidad del contraste, pero lo mas atrayente era pensar en el viaje que emprendían aquellos objetos de arte, a centros mas civilizados después de haber permanecido por siglos en lugares tan lejanos como salvajes...” 
Hacia La Plata, y con la positivista justificación de la civilización y la barbarie fue a parar el patrimonio artístico jesuítico que aún sobrevivía en la actual provincia de Misiones hacia fines del siglo XIX.