“Yo no fui, fue el mercado”

Domingo 8 de diciembre de 2019
Marcia Dell’Oca

Por Marcia Dell’OcaLa Política Online

El balance que hizo Hernán Lacunza de los resultados económicos de la gestión Macri tuvo poco de autocrítica y poco de reflexión. El ministro y su equipo hicieron una comparativa fría y selectiva de las estadísticas de 2015 -en los casos en los que se contase con estas o su reconstrucción- y las de 2019: 3 puntos porcentuales más de pobreza (del 32% al 35%, aunque la UCA diga que es más del 40%), dos décimas más de desempleo (de 10,2% a 10,4%), 20 puntos más de inflación interanual (de 35% a 55%) y 29% más de deuda externa con el sector privado neta de organismos institucionales -medida contra el tipo de cambio promedio anual- y casi 6 puntos menos de déficit fiscal primario. Y si bien Lacunza reconoció que hubo “una inconsistencia entre la política fiscal y la política monetaria”, hay cuestiones en las que desde la política eligió no levantar el guante.
El ministro destacó como mérito de la gestión que este año la economía va a quedar en una situación muy similar a la de 2011 en materia de déficits gemelos; esto es, casi en equilibrio en el frente fiscal y en el frente externo, lo que deja mejor parada a la economía para volver a crecer. Sin embargo, desconoció el mérito del camino elegido: el recorrido hacia el equilibrio incluyó dos años de caminar en direcciones opuestas al objetivo hasta un punto que fue insostenible y que se manifestó en las dos corridas cambiarias del 2018 y el fracaso de los dos programas con el FMI.
En 2016, el déficit de balanza de pagos se mantuvo prácticamente en el mismo lugar, pero el déficit fiscal se amplió. Esta ampliación, explicaron los funcionarios de Hacienda, respondió básicamente a que recibieron un montón de deudas flotantes, compromisos impagos de 2015 que ni siquiera habían sido devengados en la contabilidad del Tesoro. “Si no, se vería un nivel más parecido al de 2017, y hoy la deuda flotante es la más baja de la historia”, explicaron.
En 2017, en cambio, el déficit fiscal se mantuvo casi estable (se redujo de 4,4% del PBI al 4,2%) y el déficit externo se disparó a valores récord. Lejos de acercar la economía argentina al equilibrio, el sendero que eligió la política para acercarse al equilibrio no fue uno directo, sino que hizo una vuelta por 8.471 millones de dólares de récord histórico de déficit comercial. Pero para Lacunza, “no fue una decisión de política económica llevar el déficit externo a ese punto, eso lo hizo el mercado”. Si bien el ministro formó parte del gobierno desde el inicio junto a Vidal, tal vez Nicolás Dujovne sea quien tenga que decir cómo no advirtió que semejante déficit externo iba a estallar.
Con el diario del lunes es fácil criticar, pero las advertencias no faltaron. Desde los industriales que señalaban la falta de visión estratégica de estar importando marroquinería y textiles y más autos que nunca (por encima de cualquier criterio de integración regional), hasta los académicos amigos.
Así y todo, para Lacunza y su equipo, fue el mercado el que necesitó hacer las importaciones a un ritmo superior al 30% interanual para terminar el año con un 2,9% de crecimiento del PBI, y los desequilibrios crecientes eran algo fuera de su incumbencia. Desde ya que eso incluyó el récord en bienes de inversión, en una economía muy rezagada respecto de la media regional en materia de inversión, pero en la visión del equipo de Macri no hubo una decisión política de permitir que se fuera a tal extremo el déficit comercial. Por oferta y demanda, eso sencillamente pasó. Y tampoco hubo un registro de la magnitud del desequilibrio hasta que fue tarde. El macrismo necesitaba mostrar crecimiento y lo venía logrando, pero sin sostenibilidad.
Tal vez cueste creer que no hubo una decisión de política económica de sostener el desequilibrio hasta explotar, como aseguran en el equipo de Lacunza. Para los incrédulos, tal vez la respuesta esté en que no fue una decisión, sino una cadena de decisiones descoordinadas fruto de la balcanización del Ministerio de Economía en un reguero de ministerios cuya coordinación quedó a cargo del politólogo Marcos Peña. Porque en efecto, el mercado fue el que importó más de lo que exportó. Pero lo hizo respondiendo al vector de precios que determinaban un dólar atrasado, una tasa de carry trade, la desregulación de la cuenta capital y financiera muy por encima de la media de la Ocde, y un Estado nacional decidido a financiar gasto corriente en pesos tomando deuda en dólares con atraso cambiario.
En otras palabras, lo que hizo el mercado fue la contracara de manual de decisiones de política económica que no reducían ni un déficit ni el otro. Por el contrario, garantizaban el ingreso de divisas por la cuenta capital para que el monstruo de dos cabezas siguiera alimentándose.
Fue el fatídico 28 D de 2017 cuando la insostenibilidad del crecimiento con dólar atrasado y financiado con deuda y ajuste fiscal -lo que Lacunza llama “una inconsistencia entre política monetaria y política fiscal- tuvo una resolución. Una vez más, el Estado no iba a poner las cuentas en orden. En ese matrimonio, si alguien tenía que ceder, que fuera el Banco Central. A cambio, el Ejecutivo no se financiaría más con emisión monetaria.
Que cediera el Banco Central y se pisoteara la independencia del organismo era lo de menos, la señal a los mercados era clara. Que se cambiaran las pautas de la Ley de Presupuesto a menos de 24 horas de ser aprobada podía ser hasta anecdótico, pero en este matrimonio el que financiaba las cuentas eran los bonistas de bancos y los fondos de inversión extranjeros. Y cuando interiorizaron que la decisión de ambos era seguir alejándose del equilibro fiscal, les cortó los víveres. No sin antes dejar que Caputo emitiera 9.000 millones de dólares más en enero de 2018.
Ya había pasado exactamente un año antes que Dujovne había decidido no hacer el ajuste gradual del déficit fiscal propuesto por Prat Gay. Por segunda vez, el gabinete de Macri optaba por no hacer el ajuste. Y los bonistas lo hicieron de prepo. Cuando subieron las tasas de interés en Estados Unidos (y en Argentina el impuesto a la renta financiera en manos de extranjeros), se acabó lo que se daba. En este sentido, llama la atención que Lacunza e incluso el mismísimo Macri hayan destacado como méritos de la gestión que para 2020 haya un punto de partida más sólido para el crecimiento por la corrección de los desequilibrios, cuando la corrección del tipo de cambio la hizo el mercado y el ajuste fiscal lo hizo Dujovne, pero por cuenta y orden del FMI.
Volvamos a la analogía marital. Si bien las relaciones entre el Banco Central y el Tesoro mejoraron (cuando asumió Macri el Tesoro le debía a todo el sector público 137.000 millones de dólares y hoy le debe 111.000 millones), de forma que antes el BCRA tenía un rojo de 4.000 millones de dólares (cuando hoy tiene unos 10.000 millones de dólares de reservas líquidas), esta mejora no alcanza para cubrir lo que creció la deuda del matrimonio. En 2015 la deuda externa con los bonistas privados y los organismos internacionales era de 93.800 millones de dólares y hoy es de 220.100 millones de dólares (proyecciones a fin de año de la consultora Macroviews), lo que en términos absolutos -y descontando las reservas netas- implica un crecimiento del endeudamiento público externo del 114,8%, cuyo correlato fue una caída del PBI del 4,6% (de acuerdo a la proyección de Lacunza). En otras palabras, la deuda externa pasó de ser 22,5% del PBI en 2015 al 59,2% en 2019, y para pagarla la pareja no sabe por dónde empezar.
El resultado de las decisiones de la administración del hogar de los últimos cuatro años se ve reflejado en el Presupuesto. De acuerdo al proyecto de Ley que envió Lacunza al Congreso, en 2020 el Tesoro va a tener que destinar $2 de cada $10 que le ingresen (19,34%) al pago del servicio de deuda, aunque puede que sea más, cuando en el Presupuesto 2016 se calculaba que se le fueran menos de $1 de cada $10 (6,44%) por este concepto. Y de este deterioro también se desentendió al decir que “la deuda actual refleja los déficits de los gobiernos pasados”, lo que es parcialmente cierto, porque los desequilibrios que heredó Macri eran groseros, pero los que eligió sostener con el gradualismo-que-no-fue, también e incluso más. La participación del servicio de la deuda se triplicó en el presupuesto, al tiempo que se duplicaron los beneficiarios de planes de sociales, producto de que el grueso del ajuste el sector público lo trasladó en 2018 y 2019 al sector privado.
Y mientras el gobierno saliente dice “yo no fui, fue el mercado”, lo cierto es que el Congreso aprobó el festival de endeudamiento en una tragedia griega perfecta: mientras que Macri no ajustaba nada, la oposición desde el coro lo acusaba de ajustador y, para que no ajustara, volvía a convalidar endeudamiento.
Por eso al “yo no fui, Fuenteovejuna lo hizo”, la postura de los acreedores es “que Fuenteovejuna me pague”. Y a diferencia del final de Lope de Vega, acá sonamos todos y, con quita o sin quita, un poco antes o un poco después, con o sin un juez Griesa, Fuentovejuna va a pagar.