El baño fuera de casa

Domingo 17 de mayo de 2020 | 03:30hs.

César Ibáñez
Escritor

El juego entre las cortinas y el viento, que dejaban entrar la azulada luz de la luna llena, me impedía dormir. Con un cielo despejado y repleto de estrellas, el reloj marcó las 03:00 AM. Yo había vuelto de una reunión con mis amigos y habíamos tomado mate. El rasqueteo desesperado de Chuleta, mi perra pointer sobre la rejilla de la puerta lateral que da a la huerta me había cansado. Me levanté furioso, pero cuando le abrí la puerta para gritarle insultos y amenazas, como una flecha blanca, entró a la casa y se refugió debajo de mi catre, tras las cobijas que colgaban de él.
Por más que insistí no quiso salir de nuevo, al punto de ponerse violenta, así que decidí dejarla descansar ahí. Al ver el reloj me percaté de que habían pasado quince minutos más. En tres horas debía estar ya trabajando en lo del patrón. La sola posibilidad de dormirme me mantenía despierto, nervioso, enojado; para colmo la perra chillaba y me estaba dando ganas de ir al baño… -mate endiablado… pensé poniéndome al borde del catre y buscando las alpargatas a tanteo con los pies.
Al acercarme a la puerta, Chuleta dio un aullido que me detuvo, era como si se tratara de un alarido de dolor, el tipo de alarido de dolor que suelen dar las viudas al momento de la inhumación del ser amado. 
– ¡Será posible!.. Le grité y salí apurado. El baño estaba a unos quince metros de la casa, así que  corrí atravesando la huerta, rodeando el gallinero y enredándome con la parra… hasta que llegué. Otros quince minutos y ya estaba pensando en no dormir o mandarle a decir al patrón que no iba a trabajar por algún motivo que inventaría al día siguiente… pero necesitaba la plata.
De repente se escuchó un ruido en la huerta, como si algo se hubiera enredado con los zapallos y los estuviera arrastrando. 
-¿Chuleta será?... pensé un momento pero recordé que estaba adentro… -¿Habrá salido?... ¿O será Duque, el doberman de Jara? Un repentino silencio envolvió la noche y me tranquilicé, hasta que las gallinas se despertaron y el alboroto volvió. Con la cabeza entre las rodillas, intenté ver por debajo de la puerta o entre los agujeros que el óxido había dejado. Ya me empezaba a poner nervioso al no entender la razón del escándalo.
Luego de un corto silencio, comenzaron a oírse los pasos de un perro, era más grande que un doberman definitivamente. Podía sentir el ruido de unas largas uñas y duras, y como todo hombre de campo solo podía pensar en dos cosas; ladrones de gallina o huertas y… Lobizón. Yo no estoy loco, sé que no parece posible que un hombre se convierta en animal así que no me asusté, pero cada vez se escuchaba más cerca y la luz del baño no hacía nada por detenerlo.
Ya bajo la parra el ruido se detuvo y pude oír un sonido como el respiro de los caballos. Entonces decidí hacer algo, y de un salto como estaba (sin subirme los pantalones todavía) salí al pasto gritando -¿quién anda ahí?... pero nada, solo la luz de la luna que se filtraba entre las hojas de la parra. 
Sujetando mis pantalones tratando de volver al baño, sucedió… Al darme vuelta, la vi en el pasto: una sombra definida dibujaba la silueta de una persona con hombros muy grandes; parecía llevar un abrigo de oveja, o tal vez una alforja de cuero crudo que había robado del establo. Pero cuando levanté la mirada… -¡ay, cómo maldigo esa noche!... en el muro de la ducha, que no tiene techo, estaba viéndome, en ese momento no sabía lo que era. Enloquecí de miedo, quise retroceder, pero mis pantalones me hicieron caer, ahí tendido en el piso pude verlo mejor, cuando el viento movió las hojas del lapacho que hacía oscuridad detrás del baño y en el lado derecho, entre el baño y un tacuaral que hacía las veces de medianera con el terreno del vecino.
La bestia tenía ojos brillantes, sentía que me quemaban; en el hocico noté sus rarísimos dientes, parecían una interminable hilera de cuchillos, como si todos fueran colmillos. Se levantó y noté que era una cruza de perro, chancho y hombre; tenía piernas flacas pero con patas enormes con pelo de perro; la cola era la de un cerdo; todo el tronco era delgado pero con hombros anchos y brazos largos con piel y pelaje de chancho; cuello corto y cara de persona pero muy deforme.
Me habré desmayado del susto, solo me acuerdo del salto que dio para quedar al lado mío, sentí su aliento y ya no me acuerdo de nada. Al día siguiente el patrón me despertó, fue a ver la razón de mi ausencia en el trabajo, me retó de mil maneras, pensó que me había emborrachado y amenazó con echarme.
Esa misma tarde me mudé a la ciudad, nunca más volví a esa casa maldita, todavía me pongo nervioso al ver las cortinas moverse con el viento.

Relato publicado en el blog del autor “El Historiador”