El héroe de siempre, narrado hoy

Domingo 8 de diciembre de 2019
Federico García

Por Federico García Licenciado en Letras

Es notorio que las tecnologías modifican día a día nuestra forma de relacionarnos con el entorno social. Pero el extrañamiento que produce la aparición de internet no es distinto al provocado por el surgimiento de la escritura.
En las sociedades prealfabéticas, el órgano dominante era el oído. Por ello, el alfabeto obligó al mundo de lo oral a ceder ante el visual, y así, la línea abecedaria se convirtió en el principio organizador de la vida.
Entonces, las características de esa herramienta con la que contaban los narradores a partir de allí dieron como resultado un tipo particular de discurso, y es por ello que con el avance de las tecnologías de la comunicación se da necesariamente una transformación en la relación entre los sujetos y sus modos de narrar y, sobre todo, de narrarse.
La diferencia sustancial con la actualidad se da en la distancia entre el hecho narrado y el tiempo del narrador. En las epopeyas antiguas, por ejemplo, el juglar contaba las aventuras del héroe uno o dos siglos después de acontecidas, mientras que hoy el héroe y el juglar han confluido en una sola entidad, que además vive adentro de un teléfono.
Sin embargo, ayer y hoy y en todos los tiempos, los procedimientos discursivos “aplicados” a la figura del héroe tienen como finalidad el didactismo y la trasmisión de valores morales reunidos en su figura, la cual por otro lado se moldea con mecanismos de selección, condensación, exageración e invención.
Así, el narrador busca adecuar una idea o un conjunto de valores aceptados en el seno de una cultura a la totalidad de un personaje, a su individualidad, en la cual su aspecto, sus modales y todo tipo de circunstancias de su vida son elementos a ser transmitidos y replicados. El héroe se erige como aquel-sobre-el-que-se-habla y, por ello, es un ejemplo, es un modelo a imitar, pero es además alguien o algo que jamás se puede ser, sino simplemente perseguir.
Ahora bien, lo que no se ha modificado a lo largo de los siglos es la necesidad humana de narrar la experiencia vital. Las sociedades siempre han sido conformadas más por la naturaleza de los medios que se utilizan para comunicarse que por el contenido mismo de la comunicación.
Producto del desarrollo tecnológico, el espacio y el tiempo han confluido en lo instantáneo, como así también juglar y héroe se han reunido en una sola persona. Somos nosotros mismos los narradores de nuestras propias historias. Esto a su vez desencadena que las herramientas comunicacionales ya no sean exclusivas de un grupo reducido y por ello se ha pasado de una comunidad lineal y vertical, a una multidireccional y horizontal, ya no marcada por la linealidad del alfabeto, sino por la lógica del hipertexto.
El proceso de nuestra época electrónica está reorganizando y reestructurando los patrones de interdependencia social, así como cada aspecto de la vida privada. Este marco nos obliga a replantear y a revaluar prácticamente cada pensamiento, cada acción y cada institución que dábamos por sentado.
A diferencia de los relatos heroicos clásicos, en la tecnología eléctrica se fomenta y estimula la unificación y la participación activa. Ya no es un circuito basado en el estímulo y la respuesta. Este circuito ha derrocado el régimen del tiempo y del espacio y nos vierte de manera instantánea y continua en las voces de los demás, pues se configura como un horizonte de diálogo a escala global.
Entonces, toma vital relevancia el impacto del reconocimiento. En este entorno informativo, los grupos minoritarios ya no se pueden contener ni ignorar. Son demasiadas las personas que saben demasiado sobre los demás. Por eso, esta nueva esfera de sentido impone el compromiso y la participación. Los medios son tan penetrantes en sus consecuencias personales, políticas, estéticas, psicológicas, morales, éticas y sociales que no dejan parte sin tocar, afectar o modificar.
De ello se deriva que, para narrarnos en los nuevos soportes de internet, nos valemos de los mismos procedimientos que los antiguos juglares: elegimos qué queremos mostrar, cuándo y cómo; respondemos a un llamado a serializar o imitar valores previamente establecidos a través de figuras públicas “famosas” o “influencers”.
A diferencia de los relatos heroicos, orientados a lo didáctico-moralizante, este nuevo ser y estar en la red se mueve en un horizonte en el que se insertan modelos de vida y, sobre todo, modelos de consumo de bienes materiales y culturales ligados a la producción capitalista de un status de vida. Cada acción cultural es acción de culto y cada objeto cultural, objeto de culto.