Música misionera: en la eterna búsqueda de una identidad sonora

Domingo 17 de marzo de 2013
En 2013 Misiones cumplirá 60 años como provincia y por eso, revisionismo histórico mediante, en los últimos tiempos se han producido desde justas reivindicaciones hasta pequeños gestos simbólicos, pasando por anuncios y declaraciones rimbombantes, todas acciones con un objetivo en común; encontrar, en el rico pasado de la tierra colorada, los elementos necesarios para conformar una identidad colectiva.
Claro que en ese recorrido hacia las raíces misioneras, que van mucho más allá de las seis décadas, aparece el conflicto. Con sólo preguntar por qué ciertas cosas son como son, egos e intereses pretéritos ven una amenaza contra primacías y privilegios que alguna vez creyeron naturalizados.   
El arte en general, y la música en particular, no están exentos de esa búsqueda. Y en el caso del rastreo de la identidad musical, aquel conflicto se presenta en forma de polémica.
Según el maestro Ricardo Ojeda, uno de los máximos exponentes de los sonidos de la tierra colorada, “hace muchos años que existe una polémica sobre que nuestra provincia no tiene música, que acá sólo se consume chamamé, y no están tan errados. Pero Misiones sí tiene su música”.
¿Será así? El tema es que la provincia es un crisol (a secas, el término 'raza' ha caído en desuso), y justamente esa característica, la de convertir paulatinamente lo heterogéneo en homogéneo, condicionó todo el desarrollo cultural que experimentó la región desde sus orígenes hasta la actualidad. 
“La provincia fue conformada por muchos grupos migratorios diferentes, y cada uno trajo su bagaje cultural. Dentro de esas expresiones vino la música”, dice Zulma Pittau, directora de la Escuela de Música local, y continúa: “Todo se ha ido fusionando entre sí, en relación a las fronteras que ocupan. Nosotros tenemos 900 kilómetros de frontera y somos una provincia muy nueva. Pero esa multiplicidad no suma ni resta en la búsqueda de la identidad; creo que nuestra identidad es justamente esa diversidad”.
Desde un plano histórico, Misiones ha estado -y está- permanentemente bajo el influjo de distintas manifestaciones culturales, por su ubicación geográfica entre Paraguay y Brasil.
Paralelamente, ha sido un territorio disputado durante su devenir histórico. Desde la época de la colonización, con la tensión entre España y Portugal por hacerse de estas tierras, hasta la llegada de la Compañía de Jesús -tan mentada por estos días-, que emprendió la tarea de catequizar a los aborígenes, pasando por la invasión de Corrientes en 1830, y la ocupación del Paraguay hasta 1860, cada período fue haciendo mella en los relatos y sonidos que brotaban de tierra colorada.
En esa “licuadora”, a palabras de Ojeda, nacieron y se gestaron varios de los estilos que se conocen en la actualidad. “Tengo documentos de 1895, que muestran que el gobernador (Benjamín) Moritán, en el pueblo de Apóstoles, tenía un piano en su casa y tocaba esa música rápida que después Areco, Lucas Braulio (sic), dijo que era una galopa misionera”.
Ese período embrionario de la música fue el escenario del surgimiento y la convivencia de lo que Ojeda, y otros, llaman los cinco ritmos misioneros. En primer lugar aparece la galopa. Se trata de un estilo que viene del galop, una expresión llegada de Francia. El Paraguay también tenía su galopa, pero el maestro explica que, por estas latitudes, ese ritmo marcado y ágil comenzó a sonar “a la argentina”, con el toque propio de virtuosos de la guitarra, como Lucas Braulio Areco.
Paralelamente con la galopa, sonaron el chotis y la polquita rural. “Esos ritmos también vinieron de afuera. Los misioneros comenzamos a tocarla y a la gente le gustó. Pero no tienen una raíz guaraní como la galopa y la canción misionera”, explica Ojeda.
La canción misionera es (o pretende ser) un género en sí mismo, y fue objeto de estudio de una investigadora local llamada Nancy Hedman (ver página 6). La mujer comparó esta expresión con los otros ritmos para determinar si tenía algún elemento que le sea propio y que permita diferenciarla de los demás estilos.
Pero la similitud de elementos técnicos, como forma, armonía y ritmo, la llevaron a concluir que no existe ese ingrediente único. Y otra vez se reavivó la polémica; sometida a análisis, la canción misionera no tenía límites precisos y, como estilo, se diluía entre la gama de sonidos regionales.
Y el quinto de los ritmos es el gualambao. Una creación de Ramón Ayala, quien figura entre los compositores contemporáneos más importantes y cuyas obras, por vuelo melódico y poético, exceden las fronteras de la provincia.
Pese que el compositor de Posadeña linda y El Mensú pretende declarar al gualambao como el ritmo misionero por excelencia, desde varios sectores han surgido resistencias, lo que no significa que Ramón deje de ser el músico más admirado de la región en la actualidad.
“Nosotros no entramos en la polémica de si el gualambao es folclórico o no. Sostenemos que es una creación musical reciente, que aún no reúne las condiciones como para ser llamado folclórico, ni tampoco consideramos que sea el único ritmo misionero”, opina Pittau, titular de la Escuela de Música.
Ayala nació en 1927 (la semana pasada cumplió 86 años), y no es casual que su período más prolífico coincida con el de otros pesos pesados de la música misionera, entre los que se destacan su hermano, Vicente Cidade, Alcibíades Alarcón y el mencionado Ricardo Ojeda.
Corrían los años 60 y 70, y mientras las grandes poesías y melodías bajaban por el Río Paraná, llevando perfumes de azahar y gritos de hacheros, en Buenos Aires nacía una denominación que tampoco, porque de eso se trata, estaría exenta de polémica.
Se trataba de la música litoraleña, un concepto usado en mayor medida “por la gran población de correntinos, misioneros y entrerrianos que se habían mudado a Buenos Aires para trabajar, y que el único apego que tenían con su tierra era a través de lo que se comercializaba en las radios”, recuerda Nancy Hedman.
Ese rótulo terminó siendo como un gran continente para abarcar un contenido que, puertas adentro, derrochaba disparidad, sobre todo en elementos como el compás, el tempo (velocidad), la armonía, la melodía y hasta la notación, es decir, cómo se volcaban las canciones en un pentagrama.
En medio de esos años, en 1963, se llevó a cabo el primer Festival del Litoral, y la mecha volvió a encenderse. La cuestión era determinar por qué el chamamé tenía tanto ascendente en los músicos misioneros si se trataba de un ritmo correntino. Aquella pregunta sigue vigente.
De aquel tiempo hay una anécdota poco conocida que sirve para imaginar el contexto. Había un programa de radio llamado Rumbo al Festival que se transmitía desde el anfiteatro Manuel Antonio Ramírez durante las veladas del Festival del Litoral. Dentro del improvisado estudio radial, esperaba su turno para ser entrevistada una famosísima cantante de entonces, más misionera que la Bajada Vieja. El conductor del ciclo le preguntó “¿Cómo te presento, como misionera?”. Y la mujer respondió: “No, eso no me sirve para mi carrera”. Eso fue, en gran parte, la música litoraleña. 
Pasó el tiempo y aparecieron otros exponentes, como Fermín Fierro, pero la polémica se mantenía. Mientras tanto, tierra adentro, había ritmos que se hacían cada vez más fuertes, influenciados por los 900 kilómetros de frontera que tiene Misiones.
“Es que si hablás con un misionero del Alto Uruguay te va a decir que su identidad es una, pero si lo consultás en Apóstoles te hablarán de otra, del chotis o hasta el chamamé”, afirma Pittau.
En esto coincide Lalo Doretto, viejo difusor de ese estilo en el interior provincial. Tanto elogia Doretto al chamamé, que lo considera “la música más folclorizada de la provincia”, y aún se queja por la elección de Misionerita como himno de la tierra colorada. “Yo hubiese elegido Misionero y Guaraní, de Alcibíades Alarcón, que es un hermoso chamamé”.
Desprovistos de todo prejuicio estilístico, en el interior existen verdaderos fenómenos musicales que están más allá de la polémica. Hacen lo que se les pide, tocan música para bailar, animan fiestas y son la delicia de lugareños. Todo, al margen de las discusiones de los círculos académicos.
“Antes de agarrar el acordeón, fui bailarín del ballet ucraniano. Por eso siempre pienso en el que baila y no sólo en el que escucha”, dice Rulo Grabovieski, la cara visible de Los 4 Ases. No obstante, el hombre tampoco le escapa a la dificultad de la identidad musical de la provincia: “Yo sigo diciendo que la identidad nuestra se hace difícil porque tenemos el avasallamiento de Paraguay y de Brasil, más que nada de Brasil, por eso digo que recién cruzando el Chimiray, vayan a la provincia que vayan, podemos decir vivimos en la Argentina como argentinos. En Misiones somos misioneros pero con música de otro lugar, más que nada me refiero a la música brasileña, en la mayor parte de Misiones esa es la música que se escucha”.
En los últimos años, surgieron nuevas generaciones de músicos que, a su manera, hacen aportes para mantener viva la llama sonora de la tierra colorada.
Entre esos exponentes se destaca el Chango Spasiuk, objeto de las polémicas más acaloradas de los últimos tiempos. Aún hoy se recuerda el “tiroteo”, según sus propias palabras, que protagonizó con Ricardo Ojeda durante el Simposio del Litoral de 2009, si hasta los diarios de Buenos Aires se hicieron eco del intercambio, para nada amigable, sintetizándolo como un “problema generacional”.
La juventud sumó nuevos timbres, poco habituales hasta hace no mucho tiempo en la música regional. Baterías, violines y hasta sintetizadores, fueron generando un entramado sonoro que busca hacerse un lugar entre las expresiones artísticas de otras provincias.
No obstante, una coincidencia en los exponentes de las nuevas generaciones es la intención de no intervenir en la vieja polémica de si Misiones tiene o no una música propia, o por qué pesa tanto el chamamé en la provincia, si es un ritmo correntino.
Los jóvenes prefieren no meterse en cuestiones estilísticas y justifican sus músicas mediante elementos más metafísicos. Algunos apelan, desde lo estético, a la naturaleza paisajística de las creaciones, al canto de los pájaros y hasta el color de la tierra. Pero subsumir melodías y armonías bajo estructuras históricamente establecidas, dicen, sería limitarlos, y no hay nada más contrario al arte que los límites.
Con 60 años de historia provincial y cinco siglos de historia cultural, Misiones sigue buscando su identidad musical, algún un género que pueda relacionarse inequívocamente con la tierra colorada, como pasa con otros estilos en otras latitudes.
La vieja guardia y las nuevas generaciones ante el mismo desafío.


Los cinco ritmos de la provincia

• Galopa: viene del galop francés.

• Chotis: una de las expresiones más bailables.

• Polquita rural: igual que la galopa, tiene origen foráneo.

• Canción misionera: no tiene límites claros.

• Gualambao: la creación de Ramón Ayala.



La canción misionera no tiene elementos propios como género
Una investigadora de la Escuela de Música, Nancy Hedman, concluyó que el ritmo carece de formas y armonías que permitan diferenciarla de otras expresiones regionales

POSADAS. Corría 2009. Más de 20 profesionales de la Escuela de Música local se entusiasmaban con la posibilidad de tener un título de grado, gracias a la articulación entre esa institución educativa y la Facultad de Artes de la Universidad de Misiones. Y entonces pusieron manos a la obra.
Lógicamente, ese salto cualitativo colocaba a los músicos ante el desafío de convertirse en investigadores, lo que, en los hechos, significaba elegir un objeto de estudio y desmenuzarlo para encontrar respuestas allí donde antes no había nada.
Desde la casa de altos estudios bajó un mensaje claro: había que investigar la música de misiones. Cada uno de los aspirantes tomó su camino para elaborar la tesis que los haría licenciados. Algunos fueron por el gualambao, la creación de Ramón Ayala; otros, por la galopa o el chotis. Pero hubo una alumna que prefirió basar su trabajo en la canción misionera.
Se trataba de Nancy Hedman (42), quien asumió el reto de abordar uno de los clásicos cinco ritmos que, dicen, tiene la provincia. El director de la tesis, Edgardo 'Chino' Rodríguez, hizo la pregunta de rigor: “¿Qué es la canción misionera?”. Y, ciertamente, los puntos suspensivos son poco periodísticos, pero...
El problema era la imposibilidad, a criterio de la investigadora, de encuadrar a la canción misionera dentro de un género que contenga elementos que le sean propios, y que la diferencien de otras manifestaciones musicales, incluso de esta misma región.
“En el ámbito musical argentino se puede hablar de zamba o chacarera, y posicionarse con parámetros de otras provincias”, dice Hedman, y se cuestiona: “Pero ¿qué música tiene Misiones para sentir que contamos con un patrimonio cultural, como en el caso de Corrientes o Salta?”.

La identidad genérica
En su investigación, Hedman encontró que “existen músicas compuestas como guaranias, polcas lentas o hasta chamamé, y que después se fueron quedando con el nombre de canción misionera”.
El de los nombres de los géneros no era un tema menor. Es que en la década de los 60 se había puesto de moda algo llamado música litoraleña, usada en mayor medida “por la gran población de correntinos, misioneros y entrerrianos que se habían mudado a Buenos Aires para trabajar, y que el único apego que tenían con su tierra era a través de lo que se comercializaba en las radios”, cuenta Nancy. Sin embargo, ese rótulo fue como un gran continente para abarcar un contenido que, puertas adentro, derrochaba disparidad, sobre todo en elementos como el compás, el tempo (velocidad), la armonía, la melodía y hasta la notación, es decir, cómo se volcaban las canciones en un pentagrama.
Según Hedman, una manera simplista pero efectiva de reconocer una identidad musical es mediante una suerte de ecuación que sería más o menos así: ritmo, más forma, es igual a género.
Y es que hay expresiones musicales que son reconocibles incluso desde un plano intuitivo. Zamba de mi esperanza, por ejemplo, podría ser ejecutada por un guitarrero neófito del ese estilo, y difícilmente naufrague en el intento, por las típicas características que tienen el rasguido (ritmo), junto a la entonación y ubicación de los versos de las estrofas y estribillos (forma).
Pero, “si hacemos un paralelo con Misiones, ahí trastabillamos”, dice Nancy, porque las manifestaciones que podrían ser ubicadas geográficamente en la provincia tienen elementos compartidos con creaciones de zonas vecinas.
Frente a la falta de límites claros, la mujer seleccionó nueve composiciones nacidas por aquellos años de auge de los creadores misioneros. Entre ellas se destacan obras del maestro Ricardo Ojeda (Hombre de bronce, Siesta en el monte), Alcibíades Alarcón (Yasí yateré, Quiero volver a Misiones), Vicente Cidade (María del Paraná, Te espero en Posadas), y Ramón Ayala (Golondrinas del Iguazú), entre otros.
En cuanto al ritmo, la mujer concluyó que “compartimos el mismo patrón rítmico de la guarania y el chamamé, es decir Paraguay y Corrientes”, Esto incluye la convivencia de dos compases, el conocido como 3/4, preferentemente usado en las melodías, y el 6/8, para los acompañamientos. 
“Desde el aspecto rítmico estoy muy limitada, entonces me fui a la forma, a la construcción”, explicó Hedman. En ese plano, “no encontré ninguna similitud en las nueve canciones analizadas. Todas son distintas; no hay ninguna canción igual a la otra, ni en cantidad de versos, estrofas, sílabas, nada, ni en la métrica. Quiero decir, estamos ante un elemento estructurante de la música, como es la forma, que resulta muy débil para decir que una composición es una canción misionera”.
Esta ausencia de certezas se presentó en otros aspectos: “Me fui a la armonía, y tampoco vi rasgos en común, porque hay canciones que están armonizadas sólo con dos acordes, otras que tienen 15 y algunas que están en un sólo modo”, explicó Nancy, en relación a si los acordes son mayores o menores.
“No hay, en la constitución armónica de las obra analizadas, algo que resulte conocido en relación a otras. En general, las chacareras, las zambas u otros géneros, que llevan muchísimos más años de constitución, sí tienen esta cualidad”, concluye la investigadora.
Los resultados de la tesis de Hedman despertaron reacciones de varios popes de la música regional. Sobre todo en aquellos que son algo así como fundamentalistas de las formas y estructuras ya establecidas. No obstante, la licenciada no ve en esta esta falta de límites estilísticos claros, un hecho que atente contra la búsqueda de la identidad genérica: “Mi trabajo fue decir si la canción misionera está en el rango de un género. Y no digo que no exista, sólo que ese elemento que debería poder sostener un género, no pude encontrarlo. Sí creo que es tan rico y variado todo lo que hemos tenido desde la cultura que entró de España, la colonización y las migraciones incluso auspiciadas por el Estado, que nosotros terminamos siendo todo esto. A veces los profesores de música de la escuela primaria mandan como tarea del hogar que los chicos busquen definiciones de canción misionera, y no existe, no hay una definición que diga qué es la canción misionera. Pero si esa diversidad cultural y estética es una característica de nuestra música, bienvenido sea”.


“El gualambao es el ritmo típico de la provincia”

BUENOS AIRES. El artista Ramón Ayala está convencido que el gualambao es el ritmo típico de Misiones, y por ese motivo El Territorio lo entrevistó en su casa del barrio porteño de San Cristóbal, donde acaba de cumplir 86 años dedicados a la pintura, la música y la literatura de la tierra colorada. Amable y risueño, atendió a este diario para asegurar con pasión y certeza que “no existe ninguna otra melodía que represente mejor a la tierra colorada y que tenga partida de nacimiento misionera como el gualambao”.
Luego dijo sentirse “plenamente consciente de la importancia que tiene el gualambao en la cultura de la provincia”, y destacó que “no importa si algunos aún no se dan cuenta de la riqueza de este género misionero por excelencia. El tiempo y la historia me darán la razón. Yo, mientras tanto, sigo creando y disfrutando ese ritmo”.
Ramón Ayala explicó que “si bien el gualambao es nacido en Misiones,  también es patrimonio cultural de toda la nación guaraní. De la misma manera que el tango reina en el sistema del Río de la Plata, la galopa en la región del Alto Paraná misionero, el chamamé en una amplia región del litoral, el carnavalito en zonas del altiplano o el bolero en el caribe”.
Según Ayala “toda la música regional que se escucha en Misiones está relacionada con un ritmo madre que es la polca con un compás de 6/8, de donde nace el rasguido doble, el chamamé y la galopa. En cambio, el gualambao es un ritmo diferente a todas esas expresiones, con un compás de 12/8”.
El artista destacó que  “el gualambao tiene domicilio en Misiones. Fue creado e inspirado en esa tierra por un hijo del lugar. Su melodía remite a la selva y al río, que a pesar de todos los desastres que se hicieron en esa bendita naturaleza, siguen siendo la esencia de esa tierra. No hay otro ritmo con esa característica.”
Además, Ramón recordó que su primer gualambao nació en 1958, y parte de la letra de esa canción señala: “Voy por los caminos, prendiendo en la sangre de los misioneros pedazos de selva y el eco profundo del avá ñeé” (idioma en guaraní). Luego vinieron otras creaciones en ese mismo ritmo, como Canto al Río Uruguay, Amanecer en Misiones, Panambí del Monte, Alma de Lapacho y Antiguo Barracon.
En cuanto al término gualambao, el artista dijo que “es el nombre de un instrumento musical  creado a partir del arco con un porongo o calabaza adosado a la parte inferior o central. En África y Brasil se lo denomina berimbao. En Paraguay, parte de Argentina y sur del Brasil donde habitan los aborígenes de la etnia mbya-guaraní, se lo conoce con el nombre de gualambau o gualambao, construído con madera de guayaibí dura pero flexible. Se lo ejecuta  presionando una varilla de madera sobre la única cuerda de metal que posee”.

La danza
 Según explicó Ramón Ayala “el gualambao es el único ritmo en Latinoamérica que se escribe con armadura de clave de 12/8,  que significa que cada compás posee 12 corcheas distribuidas en 4 tiempos ternarios”, y agregó que “por ese motivo puede albergar una gran melodía que invita a un deslizamiento sensual”.
Según el padre del gualambao “su danza representa la conquista del amor. Todos los gestos de los bailarines buscan atrapar la atención de su pareja, que se desplaza  con suaves y prolongados giros”.
Ayala dijo que “el gualambao se baila mirándose a los ojos y durante la danza se produce seguimiento de la pareja, simulación de un beso, el vuelo, una propuesta, un rechazo, la huída, la ofrenda y un nuevo encuentro”.
También advirtió que “contrariamente a las danzas criollas de la región guaraní, que están basadas en pasos cortos que avanzan y retroceden, el gualambao se baila con pasos grandes hacia los costados a la manera del péndulo del reloj en una suerte de hamaca del cuerpo, muy sensual”.
La describió como “una danza libre que imita la belleza del vuelo de los pájaros y otras especies de la naturaleza que como un inocente ballet realizan una suerte de ceremonia nupcial que culmina con la pareja abrazada”.


Ojeda: “La galopa es la música de Misiones”
El maestro, de 82 años, se preocupa por las influencias de ritmos como la cumbia

POSADAS. El maestro Ricardo Ojeda (82) es uno de los grandes compositores de la historia de Misiones. Forma, junto a otros exponentes como Ramón Ayala, Vicente Cidade y Alcibíades Alarcón, una suerte de Olimpo de creadores de sonidos y poesías que adornan la tierra colorada.
Desde ese lugar, Ojeda se define como aguerrido defensor de la música de la región. Y si el término “aguerrido” se lee un poco fuerte, basta con escuchar al maestro argumentar enfáticamente su posición con respecto a la identidad misionera.
“Yo siento mucho lo que está pasando. A veces cruzo a chicos jovencitos y oigo que van escuchando cumbia. Nosotros le estamos haciendo el caldo gordo a Colombia, porque eso es lo que se escucha, y nos olvidamos de lo nuestro. Ahora vivimos en la casa del vecino, en casa ajena, y no vemos que la nuestra se está cayendo”, se lamenta.
Para Ojeda, la música por antonomasia de la provincia de Misiones es la galopa. “Tengo documentos de 1895, que muestran que el gobernador (Benjamín) Moritán, en el pueblo de Apóstoles, tenía un piano en su casa y tocaba esa música rápida que después Areco, Lucas Braulio (sic), dijo que era una galopa misionera”, cuenta el maestro.
No obstante, Ricardo reconoce que Paraguay también cuenta con un ritmo similar, pero esgrime una sutil diferencia: “Nadie puede decir que la galopa nació acá. Eso siempre viene de algún lado. De hecho, es un ritmo francés, el galop. Es una proyección que viene de otros países. Lo que pasa es que después ingresa en una comunidad cultural, se da vuelta, entra en una licuadora y los músicos de una zona la empiezan a tocar, no como vino, sino que le dan su propio estilo”.
Sobre el matiz que agregan los músicos locales, el maestro señala que “la galopa que tocamos nosotros los misioneros es muy distinta a la que hacen en Paraguay”. Y, en ese sentido, no le esquiva al condimento histórico en la génesis del ese estilo: “Posiblemente, en las grandes cosechas del Alto Paraná, había mayoría de paraguayos, brasileños, correntinos y también misioneros que hacían esa música. Pero por aquellos años, Areco daba clases en la zona y fue quien escuchó y recopiló ese tema fuerte, rápido y ágil que es la galopa, y así comenzó a tocar a su forma y gusto”, sostiene.
“Y la ejecución, con respecto a otros estilos, es diferente”, continúa Ojeda, y añade: “Nosotros hacemos esa música 'a lo argentino', con una interpretación y un toque que nos caracteriza. Si un paraguayo toca una galopa nuestra, lo hará a su estilo, idioma e idiosincrasia. Pero si el mismo tema lo interpreta un argentino, será distinta, por nacionalidad y costumbres. Eso es lo que cambia”.
Para reforzar su teoría de que la interpretación es uno de los elementos que permiten reconocer la identidad de un género, el maestro lleva su ejemplo al extremo: “Si un misionero, un correntino o un entrerriano componen una chacarera, puede ser que ande bien, pero seguramente será distinta a la que podría hacer la gente del norte. Yo también toco tangos, pero no como los porteños”, completó.
Ojeda insiste en que la galopa “es la música principal de los misioneros”, y que entre sus máximos exponentes aparece Lucas Braulio Areco. De hecho el maestro, además de hacer un estudio exhaustivo del estilo, fue el que transcribió a partituras todos los temas del compositor de Misionerita, quien a pesar de su innegable virtuosismo instrumental, no tenía conocimientos de teoría. “Él le dio a la galopa la forma que le conocemos”, adjunta Ricardo.
Sometiendo la galopa al análisis hecho por Nancy Hedman en su tesis (ver página 6), no se trataría de un género propiamente misionero, porque comparte elementos con otros estilos de la región. Ante esta conclusión, Ojeda responde “denme un pizarrón, y les demuestro lo contrario”.
Formulado el desafío, y tiza en mano, el maestro explicó que “la galopa misionera tiene 28 o 32 compases en la primera parte, y 28 o 26 en la segunda. Además, la escritura es distinta a la del chamamé o la polca”. Como si fuera una clase magistral, continuó ante los periodistas de El Territorio: “Una de las cosas que no tiene la galopa son las ligaduras de prolongación”, es decir, los signos en una partitura que indican que una nota se extiende de un compás a otro, lo que se conoce como síncopa, “que es lo que le da el gusto a la polca y sobre todo al chamamé”, dice.
En relación a los compases, esa fracción que se ve al lado de la clave de sol en un pentagrama y que en cierta medida determinan el modo de ejecución de una obra, Ojeda detalló: “La galopa está escrita en 6/8, al igual que la canción misionera, y se diferencia de otros, como el chotis, que está en 2/2; la polquita rural, que está en 2/4; y el gualambao, que está en 12/8”.
Y, más allá de la teoría, sumó otro elemento a tener en cuenta, la raíz guaraní. “El chotis y la polquita rural vinieron de afuera. Los misioneros comenzamos a tocarla y a la gente le gustó. Pero no tienen una raíz guaraní, como es el caso de la la galopa y la canción misionera”, diferenció el maestro.
Y otro ejemplo que resalta Ojeda de la pertenencia estilística de la galopa, es que “muchas veces fue presentada por las delegaciones misioneras que participaron en (el festival de) Cosquín”.
“Hace muchos años surgió la polémica de que esta provincia no tiene género propio, que acá sólo se consume chamamé. Y, la verdad, no están tan errados. Pero eso pasa porque todos los que están trabajando con la música son correntinos, o tienen intereses comerciales”, arremete Ojeda, que sin embargo no duda en afirmar “Misiones tiene su música. Acá hay cinco ritmos musicales, es la provincia que más temas propios tiene. El tema es que nos faltan líderes, que nuestra juventud mire a su tierra y a sus costumbres, a su cultura y su música”.
Asimismo, el maestro defiende la identidad desde otra trinchera. Hace años que dirige la escuela de música de Sadaic en la provincia y transmite el mensaje a sus alumnos. “Cuando ya veo que están aprendiendo, comienzo a hablarles, pero no los obligo a nada. Sólo les digo que se acuerden de la tierra donde nacieron, donde están comiendo, creciendo y donde están sus padres”.


El recuerdo de un fuerte cruce generacional entre pesos pesados

POSADAS. En el ambiente del tango hay una anécdota que pinta de cuerpo entero una tendencia argentina: la de tomar ciertos aspectos de la vida como si fueran un Boca-River.
Cuentan que una tarde, un hombre se tomó un taxi. El tachero miró a su pasajero por el espejito y le preguntó: “¿Usted es Piazzolla?”. Don Ástor sólo alcanzó a decir “sí”. Acto seguido, el chofer se bajó del auto, agarró del pelo al genial compositor, lo tiró al piso y, no conforme, le dio una violenta paliza.
Resulta que el trabajador del volante era fanático de Aníbal 'Pichuco' Troilo y, aparentemente, eso fue motivo suficiente para lesionar al supuesto culpable de deformar el tango, introduciéndole elementos importados del jazz.
Por estas latitudes, afortunadamente esas pasiones no llegaron a tanto. Pero la polémica por la música misionera también se hizo presente y fue protagonizada por grandes exponentes de los sonidos de la tierra colorada.
Ocurrió en el simposio que se desarrolló durante la edición 2009 del Festival del Litoral. La tarde del 14 de noviembre de ese año, el Chango Spasiuk daba una charla sobre su música ante un auditorio repleto, hasta que le salieron al cruce Ramón Ayala, que luego se retiró del lugar, y el maestro Ricardo Ojeda.
“El Chango comenzó a hablar de él. Me paré y le pregunté cuántos ritmos musicales tiene Misiones. Dio vueltas, pero no me contestó y encima me tiró el público en contra”, recuerda Ojeda de aquel día.
El intercambio fue subiendo de tono, y no musicalmente hablando. Hubo gritos, acusaciones cruzadas y hasta insultos.
Un par de días después, un diario porteño intentó sintetizar lo ocurrido: “Estas pasiones musicales encontradas aparecieron en un cruce que podría sintetizarse como el de tradicionalistas versus contemporáneos”, redactaron desde la Capital.
Dicen que el tiempo sana las heridas. Pero, cuando de pasiones se trata, puede que la cosa no sea tan sencilla: “Para mí, el Chango es el enemigo número uno de los misioneros, porque no le gusta la galopa, no sé si la odia, pero sí que no le gusta y que no la va a tocar nunca. Su música es un bodrio, no tiene pies ni cabeza, comienza a trabajar con las tonalidades, una o dos, y hace firuletes. No tiene una línea melódica, de una primera parte y una segunda. Hay un par de temas que pueden pasar. Pero son notas tiradas al techo”, disparó esta misma semana Ricardo Ojeda ante El Territorio.
La última ocasión en que este medio habló con el rubio acordeonista, también se rememoró aquella discusión: “Ahora estoy más tranquilo, y parado en otro lugar, después del tiroteo tremendo de esa vez. Ese tipo de situaciones no son constructivas, porque nadie escucha a nadie. Yo siempre estoy muy tranquilo, pero la verdad que ese día me enojé mucho. Igual, rescato que ejercité mi paciencia y también mi soberbia. Aunque musicalmente, no tengo mucho para sacar de lo que pasó”.


“La auténtica música del Litoral y de Misiones es el chamamé”
Con el aval de una amplia trayectoria como músico, cantautor y difusor de la música regional, Lalo Doretto afirmó: “El chamamé es el único ritmo folclorizado de la provincia de Misiones”

OBERÁ.  “No comparto para nada que se haya elegido Misionerita como himno de Misiones, porque para mí es una polca paraguaya. Yo hubiera elegido Misionero y Guaraní, entre tantos hermosos chamamés que tenemos”.
Así, picante y sin vueltas, Arturo “Lalo” Doretto (69) fijó su clara posición en el debate sobre la identidad musical de la provincia de Misiones.
Y lo avala una gran trayectoria como músico, cantautor y difusor del chamamé.
A los 9 años empezó a cantar y “rasgar” la guitarra, como definió él mismo. Hoy, tras un largo camino entre escenarios, festivales, estudios de grabación y micrófonos, acumula 60 temas de su autoría y todos grabados en los doce discos de vinilo y CDs que llevan su firma.
Además, entre sus pergaminos se destacan 45 años como difusor de la música regional en programas de radio y televisión de la provincia.
Entre sus temas más populares sobresale “Canto a Ñande Reta” (Canto a Nuestra Tierra, en guaraní), un chamamé que el consagrado Chango Spasiuk incluyó en su disco “La ponzoña”, editado en 1996. “Y en el 97, el Chango me invitó a cantar con él en Cosquín, una experiencia inolvidable”, recordó Lalo.
Y orgulloso agregó que la misma canción también fue grabada por músicos de la talla de los Hermanos Núñez, Fabián Meza y Joselo Schuap.
Expresado su favoritismo por Misionero y guaraní, de Alcibíades Alarcón, por sobre Misionerita, disparó: “Dicen que hicieron un plebiscito, pero parece que fue entre Ricardo Ojeda, (Ramón) Ayala y (Daniel) Fiorino, nomás. Y vaya contradicción, porque Misionerita es una creación de un correntino: Lucas Braulio Areco”.

Chamamé 100%
En un alto en sus tareas diarias, que incluye dos audiciones radiales, de 5 a 7 y de 13 a 15, Doretto recibió a El Territorio para dar testimonio de su visión sobre el folclore local.
“La auténtica música del litoral y de Misiones es el chamamé. A pesar de que surgió en Corrientes, desde siempre Misiones tomó el chamamé como su propia música, y así lo reconocen los propios correntinos. Es en vano que haya un grupito que diga que otro ritmo es más representativo. Que yo sepa, no hay otro ritmo folclorizado en Misiones que no sea el chamamé, si entendemos por folclore todo ritmo que tenga más de 50 años de historia en el lugar, como indican los estudiosos”, explicó.
Contó que la génesis de la música regional surgió de la mixtura entre influencias europeas y criollas, ya que los primeros inmigrantes trajeron consigo sus instrumentos y sus ritmos. Los polacos las kolomeikas, los alemanes los valses y los chotis, y así cada nacionalidad aportó lo suyo.
“Cuando se juntaban para los bailes los inmigrantes tocaban su música y los criollos chamamé, y así se fue creando nuestro folclore. El chotis, por ejemplo, vino de Alemania, pasó por Brasil y luego a la Argentina”, detalló.
Encendido en la defensa de su filosofía musical, aseguró que “en cualquier esquina de la provincia suena un chamamé y se escucha un sapucay, y con otro ritmo no pasa eso. El finado Luis Ángel Monzón le desafiaba a cualquiera a hacer un baile con chamamé y enfrente otro con galopa, para ver a dónde va más gente”.

Fluye en la sangre
Incluso, consideró que ritmos como el chotis son más autóctonos que el gualambao, creación de Ramón Ayala, o la galopa. “Aclaro que respeto esos ritmos y a Ayala, que es un gran poeta. Y pienso que la galopa y el gualambao algún día pueden ser considerados folclore misionero, pero todavía les falta para estar a la altura del chotis, del balseado y del rasguido doble”, remarcó profundizando el debate.
Doretto ponderó el aporte que realizó Misiones en la historia del chamamé con grandes nombres como Luis Acosta, Gregorio Molina, Blas Martínez Riera y Gómez Florentín, entre otros.
Orgulloso, contó que en noviembre del año pasado fue invitado a Río Gallegos, Santa Cruz, para un homenaje por su trayectoria y hasta tuvo la posibilidad de hacer radio durante varios días. 
“En el sur hay una gran comunidad de litoraleños que están ávidos de chamamé y se escucha muchísimo”, relató. Sobre su discografía, más allá del popular Canto a Ñande Reta, se mostró satisfecho porque “la gente siempre aceptó mis canciones y muestra de eso es que hoy los músicos siguen grabando temas míos como Felicidad, amor y alegría, Bailando el chotis te conocí y Ojitos amantes”.
Por ello, entres sus mayores orgullos destacó el respeto que le guardan sus pares más jóvenes, a quienes les dio difusión desde sus programas cuando aún eran desconocidos.
“Vi crecer a los Núñez, por ejemplo. Yo sin tener mucho estudio ni ser un poeta, siempre les decía que hagan sus propios temas para crecer y hoy me llena de satisfacción verlos triunfar”, destacó.
También es el padrino artístico de Joaquín Benítez (17), el bandoneonista revelación del último Festival de Cosquín. Precisamente, en la capital del folclore argentino, el obereño abrió su actuación con el “Tren Expreso”, de Raúl Barboza, demostrando que el chamamé fluye en la sangre joven de Misiones.


Identidad: una cuestión de Legado Regional

POSADAS. Ayer comenzó en el Centro del Conocimiento una nueva etapa de Legado Regional, la iniciativa que buscó durante el año pasado esos jóvenes talentos musicales que permanecían ocultos en varias localidades del interior provincial y los seleccionó para brindarles formación técnica.
Llegaron al complejo chicos de todas las edades, electos en 2012, quienes se encontraron ante un plantel de profesores que resulta envidiable para cualquier aspirante a iniciar el camino de la música profesional: Juan 'Pico' Núñez, Leandro Yahni, Fabián Meza y la cantante Anahí Giménez, quien saltara a la fama hace casi un año, tras el reality “Soñando por cantar” que se hizo en el anfiteatro.
“Nuestro objetivo es que ellos puedan perfeccionarse en lo que están haciendo y dotarlos de herramientas. Por ejemplo, hay muchos cantantes que no cantan con técnica y que incluso pueden hacerse daño en las cuerdas vocales. Por eso les vamos a enseñar respiración, relajación e impostación. Y 'Pico' ya tiene un plan con Yahni para que los instrumentistas se inicien en la lecto-escritura musical, la teoría y la digitación”, detalló Fabián Meza, uno de los impulsores del proyecto.
El cantante adelantó que para este año habrá clases magistrales de músicos consagrados, como ocurrió en 2012 con el Chango Spasiuk. “Cuando vino Teresa Parodi (hace casi dos semanas), le estuvimos comentando de qué se trata esto, y nos dijo 'anótenme, vengo a hablar con los chicos, quiero dar una clase'. También los amigos se están anotando, hay músicos que me llaman, como los de Jorge Rojas, el guitarrista de Teresa, Pipi Juliano, que tocó con Mercedes Sosa, todos quieren venir, por eso estamos coordinando fechas con los chicos”, se entusiasmó Meza.
 En la edición 2012 de Legado Regional se seleccionaron chicos de once localidades de la provincia, hubo un breve ciclo de capacitación y la presentación de un espectáculo colectivo en el Teatro Lírico. Este año, los mismos chicos profundizarán las clases, tanto de música como baile, y la idea, según Meza, es no limitarse a un sólo show anual, sino que se puedan hacer más recitales. “Queremos fomentar en los jóvenes la composición y que se dediquen a la carrera artística; que conozcan sus raíces y alentar a que se sumen a esta construcción permanente de lo que es nuestra música, para alimentar ese árbol que va a seguir creciendo y desarrollándose en el tiempo”, completó Fabián.


El aporte de las nuevas generaciones
Mirando al futuro, los actuales exponentes musicales apuestan al cambio estilístico

POSADAS. Es inexorable que las antorchas pasen de manos, les guste o no a quienes inventaron el fuego. En ese sentido, Misiones cuenta con una generación de nuevos exponentes musicales que intentan mantener viva, a su manera, la llama sonora de la tierra colorada.
Tal vez el representante más importante de la música provincial en la actualidad sea el Chango Spasiuk quien, casualmente, no vive en Misiones.
“Aunque mi música parezca académica, soy intuitivo en un 90 por ciento”, dice el Chango sobre su obra, la que es desplegada con talento por los escenarios más importantes del país.
Las composiciones de Spasiuk son un objeto de estudio casi inasible para quienes opten por el camino de “clasificar para entender” (ver página 6).
“Hay quienes dicen que la música del Chango es desorganizada pero, en realidad, está claro que es sumamente organizado. Si no, no podría construir ese discurso sonoro que tiene”, explica la investigadora Nancy Hedman. Y añade: “El tema es que se maneja con otros parámetros. Él tiene una filosofía que sostiene todo su ser. Como músico, demuestra una impronta muy interesante que tiene que ver con la filosofía de vida que sustenta esta manifestación. Y es válida. Nosotros, como misioneros, lo tenemos idealizado porque, de algún modo, nos representa afuera de la provincia, y está bien que alguien se acuerde de Misiones, aunque sea a través de él. Su obra tiene mucha reminiscencia a los sonidos de los inmigrantes y una sonoridad de acá, que casi la hemos perdido de otros músicos”.
En la capital provincial, quien se ha constituido como un de los faros de la música es Fabián Meza. Heredero de una tradición sonora arraigada a la tierra colorada, Meza es, además de compositor, uno de los impulsores de Legado Regional, el proyecto que busca talentos musicales para darles una formación técnica.
Fabián concibe la multiplicidad de elementos como la paleta de colores que le permite elaborar sus creaciones. “Nunca me puse a pensar en que el no tener un ritmo representativo me limite. Al contrario, en mis canciones sumo todo eso y hay una mezcla muy grande de toda la rítmica de Misiones y de las fronteras. Esa variedad suma, y viene a reforzar un concepto”.
En contraposición a quienes rechazan el chamamé por ser correntino, Meza asume la influencia de ese ritmo en la tierra colorada. En términos de judo, usa a su favor el peso del supuesto oponente. “Son mis raíces. Los músicos que tengo como referentes son Ramón (Ayala), Vicente Cidade, el Chango y también los chamameseros, y uno de los principales es mi viejo. Esto es lo que soy”, completa el cantante y guitarrista.
Tierra adentro, de Campo Viera, llega el virtuosismo instrumental con los Hermanos Núñez.
El dúo, conformado por Juan 'Pico', bandoneón, y Marcos, en guitarra, ya se ganó un lugar entre los intérpretes más habilidosos de la música regional.
“Nosotros hacemos un fuerte hincapié en el chamamé porque es la música que escuchábamos de chiquitos, es lo que aprendimos con la familia. Pero destacamos toda la música de la región y la gama sonora que hay adentro”, explica Pico.
Tal es la influencia del estilo considerado correntino, que uno de los discos más importantes de Los Núñez se llamó, justamente, Chamamé, una placa que le valió a los muchachos la nominación a los Premios Gardel del año pasado.
“Todavía falta algo como para que se decante un género que sea misionero”, reconoce el bandoneonista, aunque añade que “delimitar los estilos y poner rótulos, sería muy malo. Por eso nosotros hacemos hincapié en defender los ritmos que representan a nuestra región, que es la diversidad”.


La Escuela de Música como difusora de la identidad

POSADAS.  La Escuela de Música de Misiones se enfrenta a una tarea titánica: difundir todos los estilos de la provincia con el equilibrio suficiente para no volcar la balanza en favor de ninguno y, al mismo tiempo, no herir la susceptibilidad de los alumnos que llegan desde el interior, cada uno con una educación y hasta una intuición instrumental distinta, al proponerles una apertura a las diversas variantes sonoras de la tierra colorada.
Si bien varios exponentes de la historia musical de la provincia creen que identidad y variedad son polos opuestos, Zulma Mónica Pittau, la directora de la Escuela, prefiere pararse desde otro lugar: ella sostiene que “nuestra identidad es justamente la diversidad”.
“No me parece que hablar de identidad signifique que tengamos que inclinar la balanza por un estilo”, explica la docente y amplía: “Si hablás con un misionero del Alto Uruguay te va a decir que su identidad es una, pero si lo consultás en Apóstoles te hablarán de otra, del chotis o hasta el chamamé, como en el caso del Chango (Spasiuk)”.
Con respecto a la música de la tierra colorada, desde su lugar la docente marca una diferencia con respecto a Ricardo Ojeda, quien sostiene que en la provincia hay cinco ritmos. “En realidad, la denominación de ritmo misionero no es correcta. Ritmo son todos, y Misiones se puede apropiar de alguno. Según algunos musicólogos, como Carlos Vega, hay que hablar de especies misioneras o géneros”.
En los primeros años en la Escuela, los alumnos aprenden los géneros más sencillos, como el chotis. Y luego, llegan al gualambao.
Sobre la pretensión de Ramón Ayala de consagrar su invención como el estilo misionero por excelencia, Pittau responde: “Es una creación reciente, que aún no reúne las condiciones para ser llamado folclórico, ni tampoco consideramos que sea el único ritmo misionero”.
“Afortunadamente, como misioneros, creo que tendríamos que rescatar esa riqueza de géneros, que no la tiene otra provincia. De hecho, hay otras regiones que ni siquiera pueden decir que tengan una música que los represente, y nosotros tenemos varias. Por eso no lo tendríamos que ver como una problemática”, completa la directora.