El represor de la Esma, Héctor Antonio Febres fue encontrado muerto ayer por la mañana en su habitación de la base de la Prefectura Naval, en Tigre, donde estaba detenido a la espera de una sentencia de la Justicia, que debía ocurrir el viernes.
Febres no se levantó a desayunar y a las 10.30 los guardiacárceles, abrieron la puerta del cuarto y lo encontraron sin vida.
El domingo el ex prefecto de 65 años y con antecedentes de problemas cardíacos, cenó en forma normal y luego se comunicó por teléfono con su esposa, antes de dirigirse a la cama sin nada extraño en su salud.
Como paradoja y una burla cruel de la impunidad, el sindicado represor que actuó en la Esma falleció en el Día Internacional de los Derechos Humanos, como ocurrió hace exactamente un año con el dictador chileno Augusto Pinochet.
La muerte del ex prefecto está siendo investigada por la jueza federal de San Isidro Sandra Arroyo, que ordenó la autopsia del cadáver. Los querellantes solicitarán que se los autorice a presentar peritos de parte en la dicha tarea.
El abogado Rodolfo Yanzón, uno de los letrados de la querella, dijo que “vamos a ver de qué se trata, hay que constatar si fue una muerte natural o no. En caso de que sea una muerte violenta, acá hay responsabilidad institucional en principio de la Prefectura”.
Febres era el primer represor de la Esma enjuiciado por crímenes de lesa humanidad y afrontaba sendos pedidos de la fiscalía y la querella a prisión perpetua por secuestros y torturas.
Las audiencias empezaron en octubre y en ellas se ventilaron los hechos que denunciaron los sobrevivientes de la Esma, Carlos Lordkipanidse, Carlos García, Josefa Prada de Olivieri y Alfredo Margari.
Febres también está involucrado en la megacausa Esma que instruye el juez federal Sergio Torres. Imputado de decenas de privaciones ilegales de la libertad y apropiación de bebés.
En sus alegatos del juicio las querellas coincidieron en insistir en que Febres debería ser condenado por genocidio. Para la acusación, el represor “estaba en todos los lugares de la Esma y fue una pieza clave del genocidio que se desarrolló en la Argentina”.
La Selva, Orlando o Daniel, fue señalado como uno de los interrogadores más inclementes de las sesiones de tortura que sufrían los secuestrados. También estuvo a cargo de las mujeres embarazadas en la Esma, razón por la cual aparece procesado por el “robo de bebés”.
También hizo tareas de control sobre personas que eran liberadas. Fuera del juicio quedó el caso de una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, cuyos restos fueron identificados en 2005. Según muchos sobrevivientes que testimoniaron en el juicio, Febres en la Esma se jactaba de “dar máquina”, o sea atormentar a los prisioneros mediante picana eléctrica y, a la vez, estaba encargado del ajuar de los bebés nacidos allí que iban a ser apropiados. El centro clandestino que funcionó en la Esma está considerado como el mayor campo de muerte de la dictadura, ya que según sobrevivientes pasaron por allí 4.500 víctimas rumbo a los denominados “vuelos de la muerte” en los que, desde aviones navales, fueron arrojados vivos y narcotizados al mar.
El viernes Febres iba a ser trasladado de nuevo a los tribunales de Comodoro Py para escuchar el veredicto de Guillermo Gordo, Ricardo Farías y Daniel Obligado, quienes ahora, en cambio, dictarán el sobreseimiento del muerto.
“El Gordo Daniel se ponía reloco”Carlos Alberto García, uno de los sobrevivientes de la Esma describió a “El Gordo Daniel” -tal como se conocía a Febres-, "se ponía reloco cuando torturaba tratando de sacarte información”.
García detalló durante el juicio con voz pausada y entrecortada los padecimientos que sufrió en ese centro clandestino en manos de Febres. Dijo haber visto “a una monja” en referencia a las religiosas francesas Leonnie Duquet y Alice Domon que pasaron por ese campo, una de las cuales “estaba preocupada por el chico rubio” en alusión el destituido capitán Alfredo Astiz que participó del secuestro de ambas.
En ese centro aseguró haber visto, también “a un chiquito de 16 años que lo mataron, a prisioneras violadas, a un cura que le daba la bendición a los oficiales”, junto a parturientas y haber presenciado varios nacimientos.
“El cautiverio era un infierno, permanecíamos encapuchados, esposados y con grilletes en los pies”.