Lorenzo Benítez tiene dos apodos menos conocidos: Caraí y Yaguareté. Es Caraí (Señor) de su comunidad, puesto que es el cacique de la pequeña aldea Ivy Poty en San Ignacio. Yaguareté lo llaman otros paisanos, porque le encanta comer carne, particularmente asado. Pero desde hace 35 años se lo conoce popularmente como Geniolito, cuando salió a las calles para regalar su carisma y talento artístico. Músico y compositor autodidacta, es una de los pocos personajes populares que quedan en la provincia.
Luego de un tiempo de ausentarse, el cacique Lorenzo Benítez regresó días atrás a las calles posadeñas. Puso una pequeña canasta en la peatonal de la calle San Martín y comenzó a tocar, apoyando su violín en la clavícula, como acunando al instrumento de cuerdas para una tierna ensoñación.
A las 10.05 del jueves, la canasta reúne poco más de diez pesos en monedas y billetes de dos pesos. Un chamamé y una polca paraguaya se escucharon mientras algunos de los caminantes se agacharon para dejar su propina.
El músico permanece allí a pesar de que tiempo atrás casi lo corren. “Primero no quieren que yo toque acá, enfrente del banco. Pero yo no molesto (señalando al canasto con monedas)…lo que algunos me colaboren”, contó Geniolito. “Vino un policía (y le dijo) acá prohibido”, recordó. Pero “uno de seguridad del tránsito habló con el gerente del banco. Le dijo que no había problema. Todo tranquilo, ahora nadie no molesta más. Yo necesito, no tengo trabajo. Mi único trabajo es mi violín. ¿Para qué voy a pedir de balde?. ¿Voy a poner mi mano así (dice, extendiendo la palma de la mano?: No”, se responde y sonríe.
10.40 del jueves: Llega un hombre con una gran copa de cristal verde en las manos, fabricada artesanalmente con dos botellas. Es un regalo para el aborigen guaraní que afirma ser de Boca Juniors. El artesano grabó en la copa la figura de un chancho sobre una gallina: “Para el cacique Yaguareté Geniolito”, se lee en la copa.
El paisano promete cargarla con un vino tinto, se entusiasma con el obsequio y regala una versión de la polca paraguaya Kilómetro 18, himno del partido liberal en Paraguay. “Este es un verdadero artista popular”, afirma el artesano y recita en guaraní una frase: “Yo vengo de la otra orilla y en la otra orilla me crié”, traduce.
Geniolito tiene 60 años según confiesa. Es el cacique de Ivy Poty, una aldea pequeña donde convive con alrededor de ocho familias, todos descendientes suyos. Allí vive hace diez años. Eran más integrantes pero por encontrarse el agua a gran distancia de la aldea, algunos paisanos eligieron irse de Ivy Poty, según contó el cacique. “Queda del barrio Evita al fondo. Es mi comunidad chiquita, con la familia, había muchos pero después se fueron todos por el agua, por la presa de Yacyretá porque molesta”, afirmó.
“Es un montecito chiquito de 25 hectáreas. El lugar está lindo, pero lo que sí, por agua yo tengo que salir y buscar a otro lado, al lado de la comunidad tiene mil metros. No hay forma como salir. Tengo que dar vuelta así (dijo, ilustrando la distancia) por otro camino para ir a pie. Tengo que esperar un reconocimiento, que me consigan algo y voy a buscar otro lugarcito, en Loreto, San Ignacio, Santa Ana”, contó el violinista.
El éxodo de Geniolito comenzó una década atrás, desde Cuñá Pirú, adonde vivía junto a su familia. Allí, seis de sus hijos murieron, “por enfermedad”, argumentó. “Porque vivíamos más al monte, no hay forma de salir para llamar al médico. Ahora estamos más cerca del pueblo así cualquier cosa podés llamar al médico”, apuntó.
Las 11.10 del jueves: el cacique para de tocar y se pone a tensar las cuerdas del instrumento para la canción que interpretará a continuación. Una chica de no más de 25 años se detiene. “¿Usted es Geniolito? ¿Cómo anda?”, le pregunta con afecto.
Ella parece ser cantante de algún coro. Con tino notable le ayuda a templar las cuerdas del violín, vocalizando una nota musical. El registro de la cuerda logra alcanzar la misma entonación de la chica veinteañera. Ella se despide y se retira hacia Félix de Azara. Geniolito interpreta entonces “Quiero que me fíe”, un chamamé de su autoría. Su letra - contó el guaraní- narra la vida de un hombre que está recién casado pero que no tiene dinero. Toca el violín mientras canta la triste melodía, mitad en guaraní, mitad en castellano. Su voz es apenas perceptible, como un susurro entre las notas del instrumento de cuerdas.
Geniolito aprendió a tocar escuchando atentamente. “Una vez yo he visto de gente que vino de Paraguay. Un viejito que traía violines. Vi como tocaba, como templaba. No me enseñó nada, aprendí por la mirada nomás”, confesó.
Actualmente toca su séptimo violín. El primero que tuvo fue obsequiado por su patrón en la tarefa. “Él me llamó geniol, geniolito”, cuenta el músico aborigen. “Era un alemán, Ignacio Fogert. Él me consiguió un violín, el primero que tuve. Tengo uno que quedó en mi casa. Está roto. Hubo otro que se me rompió, otro que me robaron”, lamenta. Geniolito era el tarefero número cinco. Recién estaba casado y no quería trabajar. Entonces le dijo a su patrón que le dolía la cabeza. Él se ofreció llevarlo a un hospital pero el aborigen le dijo que sólo necesitaba un geniol. Al otro día, se quejó de la misma dolencia y pidió un geniol. Al tercer día, el patrón enumeró: “Tareferos 1, 2, 3, 4 y geniol”.
A Lorenzo Benítez, sus paisanos lo llaman Yaguareté . “Porque me gusta mucho la carne, el asado”, apunta. Sonríe y muestra la ausencia de la mayoría de sus molares. En su mano izquierda, con la que presiona las notas del violín, es notable una cicatriz: Su dedo pulgar está amputado por la mitad: “Fue cuando era chico. Ni me acuerdo como fue. Creo que estaba cortando un zapallo”, cuenta Geniolito. Elogiado por académicos como Zulma Pittau y Agustín Pérez Campos, Geniolito es uno de los pocos guaraníes que salieron a interpretar la música de los blancos, combinada con la de su propia etnia. En su comunidad y aunque alguno toca la guitarra, nadie heredó el talento con el violín.
Entre los suyos, no existen muchos paisanos que interpretan ese instrumento de cuerdas. “En Iguazú yo tengo cuatro primo hermanos, ellos sí”, comentó Geniolito.
“Unos dos primo hermanos tocan allá. Después hay muchos que tocan guitarra, algún acordeón, pero violín muy poco”, apuntó el cacique.
Geniolito fue reconocido en todo el país, cuando llegó a los estudios de Canal 7. Buscaba a una señora descendiente de alemanes que en Misiones le había prometido un violín. “Ella trajo de Alemania mismo, por eso se tardó”, argumentó. “Yo me fui a Canal Siete, ahí pregunté por la señora. Ellos se conocen todos, le llamaron y al ratito me trajo al canal”, recordó.
Las 11. 45 minutos del jueves. Lorenzo Benítez cierra el estuche de su violín y poné en los bolsillos la recaudación del día. Se iba con sus hijos y algunos nietos que lo acompañaron en el viaje a la capital misionera.
Otro día regresará con sus exquisitas melodías, para calmar - sin niguna fórmula química- la enajenación y el dolor intangible de la ciudad.
Por el “acheite” y por la causa
El tiene una causa por la que está tocando las canciones. Son en contra de algo o de alguien, dependiendo de la idiosincrasia. El tema “Indio rebelde” o algo así, habla de Andrés Guacurarí. Eso en cuanto a las temática En cuanto a la música en sí, es una persona muy observadora porque hace lo que le gusta a la gente pero sabiendo cómo llegar o agradar. Como violinista se destaca. Imita un sapucay con el violín que le cae muy bien a la gente. Hasta se puede decir que sabe manejar su márquetin. Está muy direccionado al gusto de la gente y, por supuesto, de su gusto. Esto más allá de que es una persona que se lo ve tocando para el “acheite”, como dice, o para sobrevivir. Con varias herramientas usa una técnica de escuela, con un violín diferente a los músicos de la escuela.
Agustín Pérez Campo
Docente y violinista
Opinión
Lo segregaron por hacer música blanca
Todos los guaraníes tienen muchísimo talento. Es algo natural para el mbya. En el caso de Geniolito, es el único que conozco que toca música del “yuruá”, como le dicen ellos a los blancos. Los demás aborígenes tocan y forma parte del coro para la música ritual. Él es un músico que toca con las herramientas de la cultura blanca. Por otro lado, es importante que se haya animado a salirse de los patrones de su música, que es ritualística. Él lo hace para ganarse la vida, la de tocar por ahí la música que es particularidad del blanco. Lo hace con un instrumento aggiornado con la cultura de ellos. El arco del aborigen lo llaman ravé. El descarta el arco del violín barroco que correspondería. Lo arma con un arco de una rama de árbol y unos setenta metros de hilo de algodón. Lo tensa y fabrica el arco con el que va a tocar. La manera de colocarlo, también, medio sobre la clavícula, no tanto como lo utilizamos nosotros. Conserva las cuatro cuerdas pero necesita de tres para la música de ellos. Él empezó a tocar con un violín que un patrón le regaló. Era un violín hermoso pero después le dieron uno más reluciente que creyó era más lindo. Pero el primero era uno europeo, creo, y en su ignorancia lo cambió por uno chino.
Si tengo que analizar cuestiones técnicas tendría que corregir mucho. Pero hablando de él como artista callejero y popular, logró muchas cosas. Fue apartado de las cuestiones rituales, el no vive en una comunidad. Hizo su propia comunidad como queriendo organizarla. Vive con sus hijas que se casaron y sus nietos. Lo segregaron por tocar y hacer la música del blanco. Yo creo que la verdad es un artista, un personaje importante en la provincia, porque marca la diferencia y musicalmente tiene un talento que todos los guaraníes tienen. Es increíble cómo tocan, cómo afinan sin tener parámetros. Nosotros tenemos afinadores electrónicos para sacar la relación de las notas y ellos no. Los chicos desde pequeños sacan unas notas extraordinarias.
Zulma Pittau
Vicerrectora y Profesora de la Escuela Superior de Música