A Diego Dávalos lo habrían presionado para que se fuera de suelo cordobés

Viernes 31 de mayo de 2013
“Me voy a tirar abajo de un camión, no aguanto más, te quiero mucho Lucía”, fue el último mensaje de texto que envió Diego Dávalos el sábado a las 13.30 desde el borde de la ruta 12 en Puerto Libertad. Se lo envió a su amiga de Noetinger, en Córdoba. El martes a las 19.10 en el Hospital Madariaga su familia cumplió con su último deseo y autorizó que lo desconecten, fallezca y ablacionen todos los órganos posibles. Los que fueron a salvar la vida a nueve personas en distintos puntos del país.
Hasta este punto la historia puede resumirse en un joven de 28 años, misionero y soltero, que frustrado con su forma de vida o afectado por un mal irreversible tomó la drástica decisión.
Pero al indagar en las posibles causas de su muerte, el hecho se torna inquietante, y refleja que Diego, mellizo de Dolores, y con siete hermanos más, fue obligado a abandonar su puesto de trabajo en la citada localidad de la provincia mediterránea y a irse presionado y guardando el pesado silencio para no sumar más víctimas a una presunta persecusión discriminatoria.
Su muerte generó conmoción no sólo en Puerto Libertad, donde regresó el 15 de mayo, con los pocos pesos que recolectó tras malvender sus pertenencias. Hace cuatro años junto a Dolores buscó un laburo en una de las localidades de la región de mayor producción agropecuaria del país, Noetinger.
Llegó con lo puesto pero sabiendo rebuscárselas. De inmediato consiguió changas de pintor y albañil y a los pocos días fue probado para ingresar en Metalfor, la fábrica de maquinaria agrícola emblema del pueblo de cinco mil habitantes.
Fue aceptado y puesto en labores en el sector Reparación. Por sus manos pasaban para arreglar, pesadas máquinas utilizadas para fumigar con los polémicos agroquímicos; y para sembrar y cosechar trigo, soja y maíz.
Diego se transformó en “El Misio”, el pibe que tocaba la guitarra, sonreía hasta durmiendo, trabajaba a destajo para juntar alrededor de cuatro mil pesos, y recolectaba amigos con su tonada “50 y 50 portugués y castellano”, según relataron a El Territorio todas las fuentes consultadas.
Diego fue catequista y uno de los fundadores del cuerpo voluntario de Bomberos de Puerto Libertad, con esos antecedentes tatuados en su conducta, lejos estaba de ser considerado un chico malo, por el contrario “lo querían todos”, tantos que los alumnos del quinto año del Instituto Secundario Noetinger lo habían elegido como padrino de la promoción 2013.
Donde pisaba lo saludaban afectuosamente, y en cada fiesta o reunión de sábado por la noche no quedaban ausentes de sus canciones.
Entonces, ¿por qué agarró sus petates y se volvió a Misiones?
Las versiones son fuertes y apuntan a un acto discriminatorio, refieren a un funcionario de Justicia que utilizó sus influencias y primero lo empujó a que se mudara. Diego eligió Saira, a menos de 20 kilómetros, y en la camioneta del intendente de Noetinger, Ángel “Lito” Bevilacqua, otros de sus fieles amigos, se trasladó.
Según lo poco que Diego alcanzó a contar, hasta allí llegaron las presiones, para que hasta renunciara a la Metalfor y directamente huyera lo más lejos posible del campo.
Aferrado en sus amigos y compañeros de trabajo, intentó resistir y viajó todos los días en moto a su trabajo. Pero volvió a recurrir a Bevilacqua y sin darle mayores detalles le pidió asistencia y lo ayudó a volver a Noetinger a una habitación de alquiler.
Allí intentó seguir estirando el mango, y colaborando con tareas solidarias, pero las presiones, según narran los vecinos, siguieron y el 13 de mayo se fue de Noetinger, retomó los poco más de 1.100 kilómetros que lo separaban de su lugar de nacimiento y regresó a Puerto Libertad.
En el pueblo de casas bajas y en la que muchos de sus habitantes empiezan a tomar conciencia de la toxicidad que se levanta de los campos por los pesticidas, Diego calló para no perjudicar a los que lo ayudaron durante cuatro años y se fue sin dar más que escuetas explicaciones.
El 24 de mayo cumplió 28 años en Puerto Libertad y su celular fue abarrotado de mensajes con la característica numérica de Noetinger. A todos intentó contestar, pero el proceso interno estaba desatado e inexorable fue la determinación pasado el mediodía del sábado pasado. “Te quiero mucho” le escribió a su amiga Lucía Le Roux y se tiró al asfalto para ser arrollado por un camión con el acoplado cargado.
El martes por la noche Noetinger se regó en pocos minutos de la confirmación de su muerte. Pero el silencio esta vez se rompió, y apuntó a que Diego fue forzado a irse por la injerencia de un político de mucho peso en la zona, que habría recurrido a una jueza y a la intimidación policial, para que Dávalos se fuera, en voz baja acusándolo de un “negrito rockero y vendedor de drogas”, y en tono aún más profundo, reconociendo que mellaban con este acto mendaz la labor del actual jefe comunal.
Lo que no acalló la muerte de Dávalos es el cariño que el misionero se graznó a granel. Sus compañeros de Metalfor juntaron entre el miércoles y ayer diez mil pesos para ayudar a la familia de “El Misio”.
Un grupo de personas, mayoritariamente jóvenes, juntó en un mediodía 2.500 pesos y se los giró a la familia en Puerto Libertad, para que no falten flores en el entierro de esta mañana.
En tanto esta tarde se juntarán frente a su última morada en Noetinger, para recordarlo con fotos, audios y videos que el joven dejó grabados en poder de cada uno a los que alegró. Y el domingo sus ahijados del quinto año del Instituto Secundario Noetinger, se reunirán para juntar dinero e imaginar la forma de recordarlo siempre, tal vez entonando una de las canciones que más le gustaba y que interpretaba en perfecto portugués, “Vira-Vira” o “Robocop Gay”, del grupo brasileño Mamonas Asesinas.


Ni delincuente ni contraventor
El joven misionero Diego Dávalos, cuando su hermana retornó a Puerto Libertad, vivió solo en Noetinger, primero junto a un compañero de trabajo. Casa que dejó para no generarle conflicto a su amigo envuelto en una disputa con su exesposa por la visita de sus hijos. Se fue a 20 kilómetros de Noetinger, localidad al sureste de Córdoba, muy cerca del límite con Santa Fe. Desde allí y en la moto que logró comprarse ahorrando hasta el último peso, no faltó a su puesto de tareas en la Metalfor. 
No registraba ninguna contravención policial siquiera en Noetinger. No se lo relacionaba tampoco con la venta de drogas. Sólo con el “romperse el alma laburando” como refirió un amigo suyo.