Por Esteban Bueseckinterior@elterritorio.com.ar
Una maestra de la Escuela 106 que se involucra, que empieza a preguntar a
sus alumnos y colegas y una trama de padecimientos emerge. Así comenzó a
salir a la luz la historia de Mariela Boni, una joven de 32 años que
vivió todo tipo de violencia física, económica y psicológica por parte
del padre de sus hijos y hoy, como si fuese responsable de ello,
deambula con sus niños en busca de un futuro mejor.
La cara de la mujer acompañada de un texto circuló en los últimos días
por redes sociales y Whatsapp, pero ahora decidió hablar con los medios.
Son las 13.30 cuando El Territorio se acerca hasta una casa del barrio
Rocamora, allí esperan Mariela con sus cinco hijos -cuatro nenas y un
varón- y la maestra que los asistió. Así accede a contar su historia de
vida, solo pide que sus pequeños no sean fotografiados y que no estén
presentes mientras ella habla. Primero incómoda y luego desbordada de
lágrimas cuenta que sufrió violencia desde niña, en la vivienda familiar
de San Antonio y a los 12 años empezó a trabajar en casas de familia.
“Hoy con ellos, con mi familia, no puedo contar. Ya salí de ese círculo
donde mi papá y mi hermano también son violentos. Pasé muy feo cuando
era chica”, admite.
Tiempo después buscó refugio en un convento, donde estuvo hasta ser
mayor de edad, cuando conoció al padre de sus hijos. Sobre ese hombre
que la atormentó hasta que logró huir pesa ahora una orden de
restricción de acercamiento hacia ella y sus hijos. Además la mujer está
todo el tiempo con un botón antipánico encima, por las tres denuncias
por violencia que realizó.
“Cuando lo conocí él era bueno. Después empezó con los maltratos, salía y me dejaba encerrada, era muy violento”, contó.
Y agachando la cabeza, como si tuviese vergüenza, dijo: “Nunca imagine
estar en esta situación y no se lo deseo a nadie, es lo peor que hay”.
Pero reconoce que “uno puede tomar coraje y salir y eso lo digo también
para las mujeres que sufren maltrato y se quedan, aguantan por un techo,
por un plato de comida, eso no es así. No hay que aguantar lo que sea
porque el hombre te da plata”.
La primera vez que Mariela denunció al padre de sus hijos, en la Línea
137, la asistieron: “Me ayudaron mucho, no tengo quejas, me llevaron a
un hogar, me podía quedar ahí pero pensaba ‘tengo que estar acá cuando
no hice nada y mi marido está libre por la calle’”. “A la nena más
grande, que tiene 11 años, él le dijo que iba a prender fuego la casa
con todos adentro”, indicó con la voz entrecortada.
A su vez afirmó que “no me dejaba tomar pastillas, no quería que me
cuide y cuando me hice la ligadura de trompas se puso como loco”. “Por
eso yo antes tenía miedo, hasta de que me mate, pero después me dije
‘por qué voy a tener miedo si hice todas las denuncias’”, plasmó.
El click
Hace unos meses, harta del maltrato y luego de idas y vueltas con el
progenitor de sus hijos decidió cortar todo vínculo con el hombre. Ahora
vive en una pieza en la zona Oeste de Posadas. Pero el click lo dio
cuando nació su hijo varón que ahora tiene 6 meses.
“No quiero que él sea igual que el papá y que le levante la mano a una
mujer o que le diga que es una inservible, le esté pegando o
maltratando. Yo le quiero enseñar que a una mujer no se le toca, que él
también nació de una mujer”, sentenció.
Y rompe en lágrimas cuando cuenta que no pudo terminar la escuela, solo
hizo la primaria, por eso “quiero que ellas sean algo, que tengan un
título, que ningún hombre las maltrate. Yo les enseño que no tienen que
dejar que ningún hombre las maltrate, las toque. Donde voy ando con los
cinco, para que nadie les haga nada. Sé que si están conmigo van a estar
bien”.
Desde que la historia se masificó la mujer recibió ayuda de la
Subsecretaría de la Mujer y Defensa Civil y decenas de particulares.
Pero lo que más precisa es un trabajo y poder alquilar cerca de la
escuela donde van sus hijos.
“Yo soy grande y me puedo cobijar en cualquier lugar pero ellos son
chicos y no quiero que estén de un lado a otro. Ahora estoy en una pieza
que ni llave tiene porque nadie me quiere alquilar, porque tengo muchos
hijos y no tengo recibo de sueldo”, expone la mujer que trabaja
haciendo limpieza en una casa de familia y cobra la Asignación Universal
por Hijo (AUH).
“Ya no quiero más que mis hijos sufran. Sería bueno poder conseguir una
casa o un lugar mejor para alquilar”, insiste al tiempo que explica que
desde 2015 espera por una casa del Iprodha.
Pero el rostro de Mariela cambia cuando ve que la maestra de sus hijos y
su familia se comprometieron a ayudarla. “Cuando ella me habló me dio
ánimo, ya no tenía fe porque la gente siempre me miente y cuando ella me
habló algo dijo dentro mío ‘vos vas a salir adelante’. Ahora estoy
mejor, a veces me siento perdida, pero tengo que salir adelante por
ellos que son chicos. Por suerte apareció gente buena y eso me pone
contenta”.
Cómo ayudar
Ya recibió colaboraciones de colchones, entre otros, pero también precisa pañales talle G, cochecito para bebé, leche en polvo y elementos de higiene personal. La mujer hace limpieza en casas pero ahora solo tiene un trabajo por eso pide una fuente laboral más y alquilar con sus hijos. Uno de los números para colaborar es el de Camila (0376) 154691975 donde también se puede donar por Mercado Pago.
El compromiso de la docente y una cadena solidaria
Silvana es la maestra de Plástica que advirtió una situación extraña con
sus alumnas. Indagando se enteró que la madre de tres de sus
estudiantes era víctima de violencia de género, que se había ido del
hogar y vivía en una pieza donde solo tenían un colchón para todos. No
había mesas ni sillas y allí, sobre ese colchón, los pequeños comen,
estudian y duermen.
“Ahí hablé con mi mamá y mis hermanas y la empezamos a ayudar”, cuenta
la docente pero “las nenas siempre estaban impecables, con las tareas
hechas y prolijas, jamás podrías sospechar una situación así”, dice
asombrada por lo que vivía Mariela puertas adentro de la casa.
“Nosotros con mi familia siempre nos involucramos en casos así, por eso
sabemos que en las escuelas está llena de estos hechos, el tema es
difícil porque no todos se quieren involucrar y se ven tantos casos de
seguido que es difícil ayudar a todos”, afirma la educadora, que ayer,
mientras duró la entrevista se encargó de jugar y contener a los
pequeños.
Mujeres comprometidas
El neologismo sororidad refiere a la hermandad entre mujeres con
respecto a las cuestiones sociales de género y eso es lo que sintió
Mariela Boni, que ni ella ni sus hijos están solas “porque nosotros nos
comprometemos con acciones, no con palabras”, admite Luisa, la matriarca
del clan que la está asistiendo.
“La señora que primero la ayudó a hacer la denuncia a Mariela es una
mujer del barrio, ahí ella se queda esperando mientras las nenas van a
la escuela, porque no puede pagar tantas veces el colectivo. Y a veces
esa misma señora le cuida el bebé para que ella trabaje”, dice Silvana.
Y cierra: “Ella no pide nada, nunca pidió nada, solo trabajo para poder salir adelante”.
Así fue como entre tanta oscuridad Mariela empezó a creer que otra
realidad para ella y sus hijos es posible y recibió el compromiso de que
ya no estará sola.