Peregrino nocturno

Domingo 31 de mayo de 2020 | 08:30hs.

Viviana Bacigalupo 
Escritor

A don Atalipio se le daba por viajar dormido. Y no era que viajaba en sueños, como uno podría imaginar. No. Se acostaba en un lugar y despertaba en otro. Así de simple y de extraño. De nada valieron todos los intentos para evitarlo: atarse a la pata de la cama, ceñirse un ancla, cerrar puertas y ventana con cadenas y candados. Todo era inútil. Despertaba muy lejos de donde se había dormido. Quizás esa era la razón por la que finalmente no tenía un lugar fijo de residencia. Deambulaba de acá para allá, condenado al movimiento continuo, resignado a una vida nómade.
Tampoco tuvo mujer que le durara. Todas se iban dando un portazo quejándose de que los hombres eran todos iguales y que piensan más con el pito que con la cabeza. Así fue como terminó solo y sin rumbo fijo.
Nunca le contó a nadie su condena porque nadie le creería y se burlarían de él. Y, como no podía compartirla, su pena pesaba el doble. Sin embargo, su vida hubiera sido vacía y pasajera si no hubiera ocurrido aquello.
Estaba haciendo una changa en el aserradero y acampaba en las afueras del pueblo, en un descampado que alguna vez habrá sido un potrero de vacas a juzgar por algunas osamentas que brillaban en la noche. Hacía varios días que se despertaba junto a los restos del fueguito con el que se había calentado, pero no se hacía ilusiones. Cada tanto el sueño le daba un respiro y la noche dejaba de ser un tobogán oscuro. Dormía vestido y con todas sus pertenencias encima para no perder lo poco que tenía. Después de un día de trabajo duro, cerró los ojos y se dejó llevar. Quizás fue por eso que no se sorprendió demasiado cuando al entreabrirlos se encontró rodeado de árboles y arbustos. Bostezó, estiró sus músculos entumecidos y se levantó con dificultad. Su espalda y su cintura le pasaban factura del esfuerzo realizado. Estaba quedando viejo. Todavía no se había despabilado del todo cuando lo rodearon. Le gritaron que no se mueva, y antes de que se diera cuenta, ya lo habían sujetado. 
͟-No te retobés ͟-le decían- vas a pagar por lo que hiciste.
No opuso resistencia, no entendía qué pasaba. Pero de todas maneras lo empujaron para que camine y se meta en el patrullero. Cada vez que preguntaba por qué lo llevaban detenido le decían con desprecio que no se hiciera el inocente, que el comisario le iba a ayudar a recodar y remataban con risotadas cómplices. Estaba asustado. No entendía qué estaba pasando. 
El comisario fue categórico: él había robado el boliche de don Valdemar y lo había golpeado con un palo hasta desmayarlo para escapar. La descripción concordaba con su aspecto. 
͟- Si sabés lo que te conviene, confesá y decí qué hiciste con la guita.
Atalipio se sintió perdido. Sin escapatoria. Entonces hizo lo que nunca antes había hecho: contó de su dormir errático. De su viajar en sueños. Desnudó su secreto casi con ternura. Su voz temblaba de pudor mientras contaba la raíz de su desgracia. Esperó las risas, los insultos, las burlas. Pero nada de eso sucedió. Para su sorpresa el comisario le palmeó la espalda.
͟ - No se aflija, mi amigo. Yo sé cómo puedo ayudarlo.
Lo tomó del brazo y lo condujo por un largo pasillo hasta dar con una puerta de madera maciza.
͟ - Pasá y ponete cómodo͟ -le dijo al abrir la puerta - De acá nadie se escapa.
La puerta se cerró con un estruendo y una oscuridad absoluta lo dejó paralizado por unos segundos. No había luz, no había ventanas y el olor a amoníaco que se hacía más fuerte al fondo le indicó dónde orinar. Tenía frío, miedo y ganas de llorar. Sus pasadas desgracias parecían tonterías al lado de esto. 
Se acurrucó cerca de la puerta y cerró los ojos, voy a soñar con la muerte, pensó. Pero no fue así. Soñó con un pozo negro y profundo donde no había sonidos. Se preguntó en sueños si acaso no era así la muerte. El eco de su corazón se iba apagando y el sueño fue una piedra oscura y pesada.
No supo cuánto durmió hasta que algo filoso y delgado comenzó a desgarrar la oscuridad. Algo que iba y venía, subía y bajaba empezó a estrujar el silencio, a correrlo como una cortina. Un zorzal cantaba en algún lado, cada vez más fuerte, cada vez más cerca. Hasta que un resplandor ligero se convirtió en rayo de sol y cielo azul. 
El zorzal cantaba sobre el árbol y estiró su cuerpo sobre el arenal, en algún lugar.Este relato obtuvo el primer Premio en el X Concurso Relatos Asombrosos organizado por Casa Vasca de Corpus Christi (2018).