Petisa, un amor que perdura en el tiempo

Martes 19 de noviembre de 2019 | 19:50hs.
José María Keiner (87) es un entrerriano que se instaló en Santo Tomé (Corrientes) en 1970. Antes de esto, del 60 al 69, tenía un taller mecánico en su provincia natal. Una camioneta era su gran amiga y hoy, a pesar del paso del tiempo, se sigue luciendo en el patio interno de la casa.

El curioso vehículo tiene historia, aunque su nacimiento es difuso. “Yo compré los pedazos de una Plymouth de 1930, el título que tengo de la camioneta figura así. Después de andar un tiempo, se terminó el motor de ella y compré un motor gasolero en el 2000, acá en Santo Tomé”, cuenta don Keiner.

El rearmado se concretó en 1956, “en ese tiempo se podía patentar como rearmado, había una franquicia para patentar rearmados. En esa época no había autos nuevos, existía esa posibilidad de armar un auto para poderlo patentar. Y ahí la pude patentar, en 1956, siempre la tuve patentada. Después tuvimos que hacer el cambio de placa”, recordó.

Rememoró también que en 1969 fue a trabajar a Santo Tomé en el movimiento de suelo, “pero no tenía domicilio acá, vivía en casillas, veníamos con los tractores. Fue en el proyecto de asfalto de Santo Tomé al empalme. A fin de año, la empresa consiguió hacer esta ruta de Santo Tomé al arroyo Chimiray y ahí trajimos tractores con palas, varios, para hacer el trabajo. Estábamos de subcontratistas, yo y un hermano mío mayor, que hoy vive en Jofre”.
 
La Petisa nació en Lucas González, Entre Ríos, “ahí abrimos un taller con un hermano mío. Habíamos dejado la agricultura. Tenía 19 años, abrimos en sociedad los dos. Compré un diferencial en un desarmadero, otro chatarrero tenía un motor, en otro lado conseguí los elásticos. Formé un chasis con cuatro ruedas y un motor”, dijo nostálgico.

“Y ahí empecé, acomodando hierritos, ángulos, después forrar con esas planchas de chapas que venían de 1,20 por 2,40 metros. Había que cortar, soldar, moldear. Armaba con un taladrito, remache y un martillito bolita. Cada 10 centímetros tenía que trabajarle para que quede liso”, cuenta haciendo ademanes del trabajo minucioso al que refiere.

El modelo “lo saqué de una revista de un auto norteamericano, no sé ni qué marca era, tenía los costados rectos y esa moldura. Y lo intenté hacer. El parabrisas corresponde a esos autos viejos capota de lona. El armado me llevó un año o dos. Cuando lo hice, yo era soltero, no me interesaba que tenga techo” sonrió don Keiner.

Veinte años después

La historia de la camioneta es de varios caminos transitados. “Cuando me mudaba para Santo Tomé la cambié por un Ford A a un amigo mío que le gustaba mi camioneta. El Ford A era 1929, lindo estaba, bien pintadito. Y le cambié y quedó allá. Yo después negocié el Ford A, compré una Merceditas gasolera, camionetita 1953. Y con esa hacía los viajes. Y allá por el 90, andábamos trabajando con mi hijo, con quien veníamos trabajando con la soja hasta el año 1990 que tuvimos que dejar porque ya no era rentable, andábamos acarreando tierra, tapando pozos con una cargadorita. Él tenía un Peugeot 405 y me dice que iba a averiguar donde fue a
parar la Petisa. Fue al que yo le había cambiado, pero el hombre dijo que la vendió a uno de Galarza, averiguó el nombre y se fue al otro pueblo. Preguntando llegó y ese hombre le dijo que también la vendió a uno de Gualeguay. Y se fue a Gualeguay, dio con el tipo, la ve (a la camioneta) toda abandonada, era un montón de chatarra con las gomas desinfladas, años que estaba tirada ahí. Y el tipo no le dio mucha importancia. Y mi hijo le preguntó si no le vendería el auto, ‘sí’, le contestó. ‘¿Y cuánto vale?’, le dijo. Y le contestó una pavada. ‘Yo le compro’, le contestó, ‘pero quiero ver si tiene algún papel’. ‘Creo que tengo la tarjeta verde’, le contestó. Y se tuvo que reír porque la tarjeta aún estaba a mi nombre”, recordó.

Y empezó la lucha para traer la Petisa a Santo Tomé, con diversas estrategias para pasar los controles. “No tenía nada, el asiento era enterizo, no tenía tapizado, estaban los resortes para afuera, abandonado. Puso un cajón y se sentó. Inflaron bien las gomas, pusieron con una lanza de remolque, la sacaron. Silvia, la señora, tenía que pilotear el auto, y él, el de atrás. Salieron rumbo a Concordia, hasta ahí llegaron bien. En el control policial los pararon: ‘¿Qué están llevando acá? Así no pueden seguir’, les dijeron. A la banquina. No tenía luces, frenos, ni nada.

Una hora y media los tuvieron, que sí, que no. Les permitieron llegar hasta un taller donde supuestamente la iban a reparar. Y retomaron hasta el próximo control, de Chajarí. Y otra vez, a la banquina, y otra hora y media de negociaciones, no los querían dejar continuar, les dijeron que llegarían hasta Mocoretá nomás. Y lograron salir. Estando en Corrientes no había problemas, no los pararon en ningún lado. Y llegaron”, recordó.

Contó que “en el 71-72 yo hice los últimos viajes acá en Santo Tomé y después la cambié y quedó allá. Y hasta el 90 más o menos. Pero estaba con el motor de ella, todo de ella. Ahora se le cambió. Las ruedas también, se le puso de Toyota. Después se le trajo unas butacas de San Borja y acá se le arregló, se le hizo una pintada”.

“Esta es la segunda pintada que le dimos. Este color siempre tuvo. El original era borravino metalizado y verde clarito arriba. Y allá por el 70, cuando la vendí, ya estaba pintada de amarillo y negro. Se me ocurrió nomás porque me habían llamado la atención los taxis en Buenos Aires”.

Una vez en Santo Tomé, Keiner tuvo a su camioneta muchos años en el campo de la familia. “Tengo una chacra y un cuidador de ganado, y yo iba para allá seguido, y después la dejé de móvil para que él pueda venir al pueblo. Y él después se compró un autito nuevo, y volvió para acá”, agregó.


Un fierrero con todas las letras, don Keiner recordó: “Cuando empecé en Entre Ríos con el tallercito ya tenía herramientas, y todavía tengo soldadora eléctrica, torno, todo”. “Cuando tuve los camiones trabajando yo hacía las reparaciones, porque yo entendía a los camiones, la reparación”.

Y no conforme con haber sido, contó: “Al fondo tengo un taller lleno de fierros, hago trabajos de jubilado, a mi tiempo”. Así que, de allí, sin dudas, pueden salir varias genialidades más.