Seré tu pan

Domingo 31 de mayo de 2020 | 04:30hs.

Jorge Lavalle
Escritor

La mayoría se había acostumbrado a su presencia y la ignoraba, pero algunos veían en ella una criatura maldita que debía ser expulsada y muchas veces para eso empleaban gritos y pedradas. Entonces se retiraba a buscar refugio al monte y se dormía entre las raíces de un incienso gigantesco, soñando que corría con los otros niños. A veces también se veía entrando a la aldea con sus brazos cargados de frutas y era recibida por todos con alegría.
Pero cuando oscurecía volvía en silencio a la choza, donde tenía el rincón más alejado del fuego. La madre siempre la recibía con algún resto de comida, que tomaba con sus grandes manos encallecidas y cubiertas de durezas, de tanto arrastrar su cuerpo con las piernas muertas siguiéndola a todas partes. 
Comió la cola de pescado con un deseo tan intenso, que se preguntó por que su cuerpo se empeñaba en seguir manteniéndose vivo a pesar de su condición. Después se acurrucó callada sobre el suelo apenas cubierto por los restos de unas pieles y no consiguió dormirse mirando en su interior ese mundo de limitaciones que la hacía diferente a los demás, hasta que escuchó llegar a su padre, que estaba reunido con el consejo de la tribu.
-Me están reclamando por ella, dicen que escasean los animales y el invierno no trae frutos para nuestra gente. Tenemos que guardar las pocas que tenemos para nuestros otros hijos.
-Yo pido todos los días a Tupá  para que le dé vida a sus piernas y espero que él escuche mis ruegos.
-Espero que sea pronto, porque cada vez va a ser más difícil mantenerla y ningún guerrero va a querer llevársela para que sea su mujer.
-Tupá conoce toda la bondad que hay en su corazón y lo que ella desea poder ayudar a la familia, él la va a curar.
Los dos miraron al rincón en la penumbra donde yacía Mandí hecha un ovillo, escuchando inmóvil la conversación. Cuando todo estuvo en silencio ella pidió tan alto a su dios, que temió despertar a alguno de los miembros de la familia que dormían a su alrededor. Después se durmió también y soñó que se formaba una tormenta sobre la aldea y el agua caía bañando la noche. Se estremeció con el bramido del trueno haciendo temblar el suelo y luego vio el claro en el bosque que había dejado el rayo al caer. Hasta que por fin oyó la voz que respondía a todos sus ruegos.
Al amanecer pidió a su familia que fuera con ella hasta el monte, sentía en sus manos el barro pegajoso por la lluvia de sus sueños, pero seguía con determinación, dejando su huella lineal en las picadas. De pronto se encontró en un lugar que ya conocía, pero no estando despierta porque los árboles caídos eran muy recientes.
-En este lugar deben cavar un pozo- les indicó cuando llegó al centro del nuevo claro.
Le obedecieron hasta que ella les dijo que era suficiente, entonces se acercó y con esfuerzo introdujo sus extremidades insensibles en la reciente excavación. Acarició durante un momento la piel reseca y estriada con trozos de barro colorado adheridos a esos miembros que la habían condenado.
-Ahora deben cubrir con tierra mis piernas y dejarme sola.
-Pero no podemos dejarte sola en el monte hija.
-Así debe ser madre, Tupá me ha dicho en mis sueños que cuando vuelvan mañana a buscarme yo también seré capaz de dar alimentos a nuestra aldea.
El padre de Mandí se despidió de su hija con mucha circunspección, mientras trataba de consolar a la madre que no dejaba de sollozar al alejarse, viendo las manos deformadas saludándolos.
Ella fue la que despertó a todos antes de la salida del sol, para emprender el recorrido hasta donde había pasado la noche su hija. Al llegar la buscaron por todos lados, la llamaron a los gritos, pero sólo el silencio del monte les respondió. Fue su madre también la que creyó ver en las hojas de una planta que no conocía, las grandes manos que solía acariciar y curar, caminó hasta allí y se dio cuenta de que era exactamente el lugar donde habían enterrado a su hija.
-Acá está, caven para desenterrar la planta.
Con cuidado el padre y los hermanos comenzaron a retirar la tierra removida para dejar al descubierto unas gruesas raíces carnosas cubiertas de una piel rugosa, como la de las piernas de Mandí, arrancaron un trozo y con sorpresa vieron la pulpa blanca y fibrosa, que era una invitación a probarla. En la aldea lo cocinaron en cacharros de barro hasta ablandarlas y se deleitaron con su sabor, también dejaron secar unos trozos para molerlo en los morteros y utilizar la harina.
- Esto es Mandi so´o  que nos ha enviado Tupá para que alimente a la raza guaraní, a los que habían rechazado su imperfección y a los que le dieron un lugar junto a sus fuegos y han compartido la comida con ella, porque en su corazón nunca hubo lugar para el odio o el rencor.
Luego de que la madre hablara, enterraron trozos de las ramas que crecieron y produjeron más plantas. Ellos se encargaron de difundir la Mandi´o por todas las comarcas, asegurando el alimento para las tribus guaraníes.

Leyenda de la mandioca

La leyenda que relata el origen de la planta de mandioca (Manihot Esculenta) tiene formas diferentes de acuerdo a cada región. La versión del cuento es una de las más populares, pero casi todas ellas están referidas a una joven que por un llamado de Tupá decide enterrar sus piernas y que éstas se convierten en las suculentas raíces que sirven de alimento a los habitantes de la tierra colorada.



Del libro Releyendo Mitos, publicado por la Editorial Universitaria. Lavalle es autor además de las novelas Sarita y Andresito y La Melchora.